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Afortunada - Alice Sebold

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abrían a una sala de espera al final de la<br />

cual había una enorme puerta que se<br />

cerraba automáticamente a nuestras<br />

espaldas. A través del cristal a prueba<br />

de balas veías el vestíbulo pero nadie<br />

podía acceder a ti.<br />

El agente me hizo entrar y oí el<br />

silencio hidráulico, fluido, y el firme<br />

clic de la puerta detrás de nosotros. A<br />

nuestra izquierda estaba el mostrador de<br />

recepción. Había tres o cuatro hombres<br />

uniformados cerca, algunos con tazas de<br />

café. Al vernos entrar, se callaron y<br />

miraron al suelo. Sólo había dos clases<br />

de civiles: las víctimas y los<br />

delincuentes.<br />

El agente que me acompañaba<br />

explicó al hombre del mostrador de

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