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Antología concurso Ángel Ganivet 2018

Primera Edición: febrero 2019 Textos: Hugo Gastón Irigaray, Francisco J. Jariego, José Ignacio Ceberio Sainz de Rozas, Adriana Silvia Vaninetti, Pablo Loperena López, William Antonio Argüello Bernal, Jesús Carlos Ruiz Suárez, Javier Álvarez, Adolfo Eloy Villafuerte Caicedo, Mercedes Duarte Alvarado, Benito Pastoriza Iyodo, Mar Correa , José Manuel Fernández Argüelles, Anahí Almasia, Mariana Sández, Eduardo Fernán-López, Juan Ángel Cabaleiro, Jorge Rafael Castagna, Cintia Mannocchi, Estefanía Bernabé Sánchez y Salomé Guadalupe Ingelmo.

Primera Edición: febrero 2019

Textos:
Hugo Gastón Irigaray, Francisco J. Jariego, José Ignacio Ceberio Sainz de Rozas, Adriana Silvia Vaninetti, Pablo Loperena López, William Antonio Argüello Bernal, Jesús Carlos Ruiz Suárez, Javier Álvarez, Adolfo Eloy Villafuerte Caicedo, Mercedes Duarte Alvarado, Benito Pastoriza Iyodo, Mar Correa , José Manuel Fernández Argüelles, Anahí Almasia, Mariana Sández, Eduardo Fernán-López, Juan Ángel Cabaleiro, Jorge Rafael Castagna, Cintia Mannocchi, Estefanía Bernabé Sánchez y Salomé Guadalupe Ingelmo.

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Papá me sacó el libro, me bajó de la silla y me arrastró de la mano fuera del<br />

hospital. No supe dónde dejó el libro, y en el auto se lo pedí. Me dijo que en otro<br />

momento volveríamos a buscarlo.<br />

Laurita casi nunca dormía. No lloraba, solo parpadeaba. Para recordarles que<br />

debían amamantarla o cambiarla, apenas llorisqueaba. No se retorcía como los demás<br />

bebés.<br />

Algo la fue invadiendo. El invasor anidó primero en sus extremidades y le hizo<br />

perder el movimiento. Luego, la voz. Parecía que Laurita había inventado una nueva<br />

forma de comunicarse, solo con los ojos. Un lenguaje que únicamente mamá entendía.<br />

Le pusieron un sombrerito color crema desflecado en los bordes; se parecía tanto<br />

al espantapájaros que decidí llamarla la Pajarita. Dentro de la tristeza generalizada, la<br />

ocurrencia divirtió a mis padres.<br />

Antes, mis dos tías estaban solo para mí. Como eran más chicas que mamá y no<br />

tenían hijos, yo era la regalona. Jugábamos a las escondidas. Armábamos un<br />

supermercado con las latas y paquetes de la alacena. Yo siempre hacía de cajera: creía<br />

que las que cobraban eran millonarias porque se quedaban con toda la recaudación. Me<br />

dejaban ganar a las casitas robadas y al culo sucio.<br />

Pero desde que llegó Laurita, cuando venían a casa a mí apenas me saludaban.<br />

Se quedaban mirándola muy serias.<br />

Aquella agradable comunión con mis tías se reinventaba dos o tres veces por<br />

semana, cada vez que mis padres llevaban a la Pajarita a los médicos. Ellas me<br />

cuidaban, así volvíamos a recrear ese universo de tres en el que yo era el astro central.<br />

Por las caras que mis padres traían después del médico, se notaba que las cosas<br />

no andaban bien. Decían que tenía un pronóstico de vida de un año.<br />

En esa época pensaba mucho en el final del libro. Imaginaba que el<br />

espantapájaros iba hundiendo su único pie de madera en la tierra. Cuando ya estaba por<br />

ser tragado por completo, miles de gorriones se posaban en sus brazos y lo iban<br />

desenterrando. La cuerva-bruja, arrepentida, le sacaba el grano envenenado de la boca.<br />

Luego lo llevaban volando hasta el confín del firmamento, hasta depositarlo en la<br />

bóveda celeste como una constelación más.<br />

Y Laurita se hundía como el espantapájaros.<br />

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