Un personaje de mi barrio
Colección de crónicas del Cabildo Nacional de la Crónica de la Ciudad de México. María Elena Solórzano Carbajal (Compiladora), Jaime A. Valverde Arciniega (Presidente), José A. Carbajal Cortés, Hugo Arturo Cardoso Vargas, Ana María Castro Velasco, Héctor Castañón Basaldúa, Manuel Garcés Jiménez, Verónica Müller, Jaime Orozco Barbosa, Marisol Reséndiz Pizarro, Miguel Ángel Salgado Meyer, Antonio Sevilla Tapia, Arturo Villanueva Bazán, Juan Rafael Zimbrón Romero y Edith Padilla Zimbrón. México, 2019.
Colección de crónicas del Cabildo Nacional de la Crónica de la Ciudad de México. María Elena Solórzano Carbajal (Compiladora), Jaime A. Valverde Arciniega (Presidente), José A. Carbajal Cortés, Hugo Arturo Cardoso Vargas, Ana María Castro Velasco, Héctor Castañón Basaldúa, Manuel Garcés Jiménez, Verónica Müller, Jaime Orozco Barbosa, Marisol Reséndiz Pizarro, Miguel Ángel Salgado Meyer, Antonio Sevilla Tapia, Arturo Villanueva Bazán, Juan Rafael Zimbrón Romero y Edith Padilla Zimbrón. México, 2019.
You also want an ePaper? Increase the reach of your titles
YUMPU automatically turns print PDFs into web optimized ePapers that Google loves.
María Elena Solórzano Carbajal
Como ven, mis hijos, los horarios de trabajo eran
inhumanos, desde que despuntaba el sol hasta que desaparecía en
el horizonte. Además el capataz azotaba con el látigo a los que se
detenían un momento para tomar un respiro.
Sus vidas transcurrían en condiciones infrahumanas,
vestían harapos y su alimentación no saciaba su hambre. El
desayuno y la cena consistían en un jarro de atole de masa de
maíz, un plato de frijoles acedos y tortillas duras. Ese mísero
alimento era insuficiente para sobrevivir, así que muy pronto
enfermaban y cuando ya no servían para nada eran arrojados a los
animales de la ciénaga.
El mismo día llegaron: Cajeme, su amigo y María Lirio,
una indita muy agraciada, menudita, de grandes ojos negros y
hermosas trenzas, sus pechos apenas despuntaban, tendría a lo
mucho dieciséis años, Santos Cajeme procuró estar cerca de ella,
tanto que en la noche la amarraba a su muñeca con uno de los
cordones de su pelo para no perderla en aquel hacinamiento, se
enamoraron, en su amor encontraron un paliativo a sus penas. Ella
tuvo un hijo y resignada lo cargaba a sus espaldas para seguir
trabajando sin descanso.
Un día la mandaron a servir a la cocina, el ama se encariñó
con ella y la pidió como criada de compañía. Estuvo mejor en la
casa de la hacienda, donde gran parte del tiempo debía pasarlo en
la cocina ayudando a preparar los guisos de la familia. Hasta que
terminaban de comer los amos, les permitían disponer de las
sobras que quedaban en los platos.
Lo único que sentía era que ya no podría ver ni hablar con
Santos Cajeme, muy pocas veces pudo entregarle algunos
alimentos. Solamente de lejos, tenía oportunidad, a veces, de
hacerle una seña con la mano a modo de saludo.
Un día de repente, el ama le dijo que se iba con ella para la
capital pues iba a consultar a los doctores sobre una dolencia que
no cedía. Sé que esa noche lloró mucho, pues el alejarse de allí
significaba no volver a ver a su amado. Llegaron a México, su
patrona fue recibida por unos parientes que eran dueños del
Rancho de la Puerta Azul cerca del barrio de San Lucas Atenco.
138