Un personaje de mi barrio
Colección de crónicas del Cabildo Nacional de la Crónica de la Ciudad de México. María Elena Solórzano Carbajal (Compiladora), Jaime A. Valverde Arciniega (Presidente), José A. Carbajal Cortés, Hugo Arturo Cardoso Vargas, Ana María Castro Velasco, Héctor Castañón Basaldúa, Manuel Garcés Jiménez, Verónica Müller, Jaime Orozco Barbosa, Marisol Reséndiz Pizarro, Miguel Ángel Salgado Meyer, Antonio Sevilla Tapia, Arturo Villanueva Bazán, Juan Rafael Zimbrón Romero y Edith Padilla Zimbrón. México, 2019.
Colección de crónicas del Cabildo Nacional de la Crónica de la Ciudad de México. María Elena Solórzano Carbajal (Compiladora), Jaime A. Valverde Arciniega (Presidente), José A. Carbajal Cortés, Hugo Arturo Cardoso Vargas, Ana María Castro Velasco, Héctor Castañón Basaldúa, Manuel Garcés Jiménez, Verónica Müller, Jaime Orozco Barbosa, Marisol Reséndiz Pizarro, Miguel Ángel Salgado Meyer, Antonio Sevilla Tapia, Arturo Villanueva Bazán, Juan Rafael Zimbrón Romero y Edith Padilla Zimbrón. México, 2019.
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Arturo Villanueva Bazán
aquella frase pobre (el suceso merecía algo más filosófico, más
profundo, más poético) pero emblemática: “un pequeño paso para
el hombre pero un gran paso para la humanidad”. Había un “algo”
que presagiaba a los grandes amigos, y sobre todo a los grandes
amores. Nada presagiaba para el año siguiente, la bota de la bestia
en Tlatelolco aquél terrífico 2 de octubre. Eran tiempos alegres y
tiempos de revoluciones sociales. Daniel Cohn –Bendit “EL Rojo”
y el olvidado mártir Alexander Dubcek, el primero haciendo
temblar los cimientos de la sociedad francesa en aquel memorable
Mayo de 1968 y el segundo en Checoeslovaquia, que creyó que el
socialismo soviético podía adquirir un rostro humano, con aquella
Primavera de Praga también en 1968, y que terminó de
convencernos a miles de aspirantes a socialistas de que la
dictadura del proletariado no era más que una infame quimera, y el
gobierno soviético una pandilla de canallas más. Nuestra alma en
contradicción sana, por un lado, sufría por Vietnam ansiando la
derrota de los comunistas, y por el otro la desaparición de los
militares carniceros que asolaban los países de América Latina, el
repudio en México contra el cáncer social materializado por el
PRI, era mínimo, el PAN y el PCM eran la única oposición
decente. El PARM y sobre todo el PPS eran las alcahuetas del PRI
para aparentar la democracia que varias décadas después, Vargas
Llosa definiría genialmente como la “dictablanda”. El “pan o
palo” y el “mátalos en caliente” de Porfirio Díaz había sido
diabólicamente refinado por una casta infame que se hacía llamar
“revolucionaria”.
La oposición era víctima de la Policía Secreta o del silencio
cómplice de la radio y la Televisión (¿alguien puede no recordar el
noticiero “24 Horas”?) únicos medios de “información”.
Solamente en los medios escritos -los diarios-, se encontraba uno
que otro periodista, o editorialista honesto que desafiando a la
dictablanda se atrevía a publicar alguna crítica, que a veces era
demasiado tímida.
Era 1967, un año después del asesinato masivo de la
familia Jaramillo en el estado de Morelos, y se empezaba a dibujar
en el horizonte la figura de Lucio Cabañas Barrientos y de Genaro
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