Un personaje de mi barrio
Colección de crónicas del Cabildo Nacional de la Crónica de la Ciudad de México. María Elena Solórzano Carbajal (Compiladora), Jaime A. Valverde Arciniega (Presidente), José A. Carbajal Cortés, Hugo Arturo Cardoso Vargas, Ana María Castro Velasco, Héctor Castañón Basaldúa, Manuel Garcés Jiménez, Verónica Müller, Jaime Orozco Barbosa, Marisol Reséndiz Pizarro, Miguel Ángel Salgado Meyer, Antonio Sevilla Tapia, Arturo Villanueva Bazán, Juan Rafael Zimbrón Romero y Edith Padilla Zimbrón. México, 2019.
Colección de crónicas del Cabildo Nacional de la Crónica de la Ciudad de México. María Elena Solórzano Carbajal (Compiladora), Jaime A. Valverde Arciniega (Presidente), José A. Carbajal Cortés, Hugo Arturo Cardoso Vargas, Ana María Castro Velasco, Héctor Castañón Basaldúa, Manuel Garcés Jiménez, Verónica Müller, Jaime Orozco Barbosa, Marisol Reséndiz Pizarro, Miguel Ángel Salgado Meyer, Antonio Sevilla Tapia, Arturo Villanueva Bazán, Juan Rafael Zimbrón Romero y Edith Padilla Zimbrón. México, 2019.
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El arco de Coapa
la izquierda de la calzada da acceso al interior de la hacienda”.
Esto, a principios del año de 1834.
Ese arco del que hablan y por el cual tuvieron que pasar, la
Marquesa y Latrobe (ingleses ambos), es el mismo bajo el que
hemos transitado miles y tal vez millones de personas, es el mismo
que nos vio pasar, tristes, alegres, jubilosos, llenos de esperanzas,
desilusionados, agotados, animosos, enamorados, derrotados,
victoriosos, a miles o para ser más exactos a todos los que, fuimos
cobijados por nuestra entrañable Preparatoria No. 5 de la UNAM,
escuela que lleva por nombre a una de las mentes más preclaras,
más incisivas, más visionarias del siglo XX mexicano: don José
Vasconcelos Calderón, cuyo busto se encuentra en medio del patio
de la entrada, justo frente al auditorio Gabino Barreda, acaso
ambos (Vasconcelos y Barreda), contrarios ideológicos.
La historia de Coapa se remonta a la época precolombina,
aparece –nos dice en un magnífico libro titulado: “Coapa La
Ciénaga de la Culebra y las Aguas Dulces (1500-1968)”-, en
códices, libros y documentos antiguos con el nombre de: “Coapa,
Coapan, Coaapan, Coahapan, Quapa, Quapâ, Coahuapan y
Cohuapan” sin afectar lo que finalmente quiere decir: río o agua de
las culebras.
Por culpa del Xitle, el valle de México, se convirtió en un
inmenso charco de aguas, dulces en unas zonas y saladas en otras
(con algunos islotes con extensiones apenas suficientes para dar
cobijo a algunos asentamientos humanos) y que poco a poco y
como efecto del paso del tiempo fueron transformándose en
pantanos y ciénegas, aptas para la vida silvestre, entre las que
abundaban el pescadito plateado o charal llamado iztacmichin, las
ranas, los patos, las pequeñas gaviotas de agua dulce o apaipixcas,
los ya legendarios chichicuilotes, aquellos que todavía a mitad del
siglo pasado en parvadas pequeñas o grandes eran literalmente
arreadas con un palo y una cuerda atada a la punta por indígenas
ofreciéndolas en venta al grito de “mercaraaaaaan su
chichicuiiiiilotitooooo”, garcitas que hasta hace algunos años no
era raro ver al pie de la enorme mole que representa la cabeza de
Benito Juárez y que está, casi, sobre la avenida Zaragoza a más o
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