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Un personaje de mi barrio

Colección de crónicas del Cabildo Nacional de la Crónica de la Ciudad de México. María Elena Solórzano Carbajal (Compiladora), Jaime A. Valverde Arciniega (Presidente), José A. Carbajal Cortés, Hugo Arturo Cardoso Vargas, Ana María Castro Velasco, Héctor Castañón Basaldúa, Manuel Garcés Jiménez, Verónica Müller, Jaime Orozco Barbosa, Marisol Reséndiz Pizarro, Miguel Ángel Salgado Meyer, Antonio Sevilla Tapia, Arturo Villanueva Bazán, Juan Rafael Zimbrón Romero y Edith Padilla Zimbrón. México, 2019.

Colección de crónicas del Cabildo Nacional de la Crónica de la Ciudad de México. María Elena Solórzano Carbajal (Compiladora), Jaime A. Valverde Arciniega (Presidente), José A. Carbajal Cortés, Hugo Arturo Cardoso Vargas, Ana María Castro Velasco, Héctor Castañón Basaldúa, Manuel Garcés Jiménez, Verónica Müller, Jaime Orozco Barbosa, Marisol Reséndiz Pizarro, Miguel Ángel Salgado Meyer, Antonio Sevilla Tapia, Arturo Villanueva Bazán, Juan Rafael Zimbrón Romero y Edith Padilla Zimbrón. México, 2019.

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La persona que más admiro

pareja con sus dos hijos (una niña y un niño recién nacido; la

primera hija desafortunadamente falleció muy pequeña).

Fue tal su fortuna que en menos de seis meses consiguió

otro trabajo, ahora en una empresa financiera -que ocupaba los dos

primeros pisos y el sótano de un edificio inconfundible por su

fachada- ubicada a menos de dos calles de Palma sobre la bella

avenida Madero; muchos años después cambió de sede y sólo

cruzó la calle porque estaba enfrente y junto al Templo de la

Profesa (en realidad el Oratorio de San Felipe Neri).

En Palma su trabajo consistía en abrir el edificio a las 8:00

y a las 8:30 empezar a dar el servicio de elevador hasta las 14:30

horas, y en la financiera su horario era -no recuerdo bien- pero

entraba a las 16:00 y salía a las 0:00 horas unos días y otros

entraba a las 12:00 y salía a las 8:00 horas. Esto hacía muy

compatible sus dos actividades; porque su pareja le ayudaba -como

casi siempre sucede- en algunas actividades propias del conserje.

Durante la jornada, que interrumpía para almorzar o hacer

alguna otra actividad que se requería para el mantenimiento del

edificio, generalmente uno de sus hijos le sustituía en el control de

subir y bajar pasajeros, casi siempre elegantes abogados muy

propios; en otros, clientes de esos despachos legales más bien

angustiados o acelerados; también se colaban al elevador clientes

de un par de talleres de piezas dentales. Toda esta caravana era, de

repente, interrumpida por algún mensajero que con bultos

voluminosos o pequeños preguntaba por tal o cual persona o la

ubicación de su despacho (a pesar de un enorme directorio que

cubría la superficie de la pared izquierda del acceso al edificio).

A los que frecuentemente usaban el elevador, poseedores de

los despachos, secretarias, empleados de distintas categorías,

nuestro personaje les conocía, a fuerza de verlos diariamente no

uno ni dos sino varias veces al día. Algunos jóvenes jugaban a

subir por el elevador y bajar por las escaleras y hacerlo como

deporte (mejor era subir las escaleras y bajar por el elevador).

El Edificio Mon (casi se me escapa el nombre) tiene dos

etapas históricas. La primera cuando era único dueño un español y

la administradora era una señora fuerte, enérgica y hasta autoritaria

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