Porque Agoniza El Cristianismo
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A los viejos les falla la memoria<br />
A la Iglesia católica, al igual que al cristianismo en general, no<br />
creo que sea precisamente la memoria lo que más le falla, pero sí es<br />
muy cierto que en determinadas ocasiones, sobre todo oyendo los<br />
pronunciamientos y discursos de algunos jerarcas y leyendo algunos<br />
documentos oficiales de las últimas épocas, da la impresión de» que<br />
han perdido la memoria o más bien de que no quieren acordarse de<br />
prédicas, bulas, pronunciamientos, cánones y documentos oficiales<br />
de tiempos pasados.<br />
Cristo dijo: «Fuego vine a poner a la tierra y ¿qué otra cosa he de<br />
querer sino que arda?» (Lu, 12,40). No es la intención de este libro<br />
echarle agua a ese fuego. <strong>El</strong> fuego sigue ardiendo en virtud de su<br />
magnitud pasada; pero por no tener combustible interno ha<br />
comenzado a dar señales de su futura extinción. La intención de este<br />
libro es analizar imparcialmente todas esas señales y tratar de prever<br />
cuál será el futuro de esta enorme corriente cultural que ha<br />
marcado tan profundamente la historia humana durante los últimos<br />
dos milenios, y cuál será el futuro del ingente montón de cenizas en<br />
que se va a convertir en los próximos dos siglos.<br />
Los párrafos que vienen a continuación no son fruto de un<br />
desahogo malhumorado o en venganza de supuestos agravios. Ya he<br />
dicho que no tengo hacha ninguna que amolar y que no me<br />
considero agraviado por los que me hicieron el gran favor de suspenderme<br />
de mis funciones sacerdotales, dándome con ello la<br />
oportunidad de profundizar en mi fe y de ver la obra de Dios con una<br />
mente menos prejuiciada.<br />
Los párrafos que vienen a continuación son parte vital de la<br />
historia del cristianismo y los traigo a colación para refrescarles la<br />
memoria a los que quieren presentarnos un cristianismo angélico y<br />
sin mácula de pecado original.<br />
Cuando meses y años atrás escuchaba con gran atención los<br />
discursos de S.S. Paulo VI y Juan Palbo II ante la Asamblea<br />
General de las Naciones Unidas, junto con el asentimiento a las<br />
grandes verdades que ellos decían ante aquella expectante y<br />
silenciosa multitud, me venía el recuerdo de pronunciamientos<br />
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