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Porque Agoniza El Cristianismo

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esta función es tan natural en el hombre como el uso de sus brazos o<br />

de sus pies, y como las necesidades de estos órganos son a la larga tan<br />

imperiosas como las de su aparato digestivo o como las de su<br />

sistema nervioso (que exige dormir cada cierto número de horas)<br />

resulta que el cristiano está dependiendo irremediablemente de las<br />

leyes que sus líderes religiosos quieran imponerle y éstos por<br />

supuesto, se han encargado de hacerlas bien opresivas.<br />

Como los párrafos anteriores pueden dar lugar a toda suerte de<br />

interpretaciones, y como estoy seguro de que todos los fanáticos los<br />

usarán para ponerme como un ejemplo de hombre defensor del<br />

libertinaje y de toda suerte de anormalidades sexuales, me voy a<br />

tomar el trabajo de explicarlos.<br />

Lo primero de todo es que cuando digo que la Iglesia «elevó el<br />

sexo al rango de un antisacramento», lo estoy diciendo por<br />

supuesto en un sentido metafórico y no estricta o teológicamente<br />

hablando. Quiero con ello poner de relieve la desmesurada<br />

importancia que la Iglesia le ha dado siempre al sexo. Un indicio de<br />

esta importancia está en que, según el moderno Derecho Canónico,<br />

algunos matrimonios serán de más difícil anulación si no sólo han<br />

sido «ratos» (es decir, verificados conforme a todas las normas de la<br />

ley) sino que además han sido «consumados», es decir, ha habido ya<br />

uso del sexo. <strong>El</strong> sexo como que le ha puesto un sello sagrado que ya<br />

no podrá ser roto.<br />

<strong>El</strong> pecado del sexo, al menos en las enseñanzas que tuvimos que<br />

padecer en los colegios religiosos a los que acudimos en nuestra<br />

infancia, tenía una maldad específica. Era el pecado nefando, el<br />

que manchaba de una manera especial, «del que no se podía<br />

hablar»... Y en los colegios de monjas las cosas llegaron hasta el<br />

delirio entre las pobres colegialas. Aquí sí se puede decir de una<br />

manera mucho más fuerte que la «pureza» y la «virginidad»<br />

adquirían rango de auténticos sacramentos.<br />

¡ De cuántas neurosis habrán sido causa estas absurdas prédicas<br />

contra natura! ¡Cuánta infelicidad y hasta cuántas torturas mentales<br />

habrán sembrado estas aberraciones en las almas de tantísimos<br />

hombres y mujeres! Algunos de ellos, muchos años después de su<br />

adolescencia, todavía acusan el impacto nefasto de todas estas<br />

enseñanzas implantadas a fuego (el fuego del infierno

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