Porque Agoniza El Cristianismo
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del Papa lograron por un momento someter a las ovejas al redil<br />
pero que a la larga, el sentido común y la realidad imperiosa de la<br />
vida acabó imponiéndose por encima de todas las autoridades y por<br />
encima de todos los miedos al infierno.<br />
No he querido entrar a fondo en la discusión de este «desvarío»<br />
de gran parte del cristianismo contemporáneo, porque ya lo he<br />
tratado en otras ocasiones en las que he hecho todo un comentario<br />
de la encíclica Humanae Vitae. Lo he traído únicamente como un<br />
ejemplo, entre los muchos que se podrían poner, de síntoma de la<br />
vejez de la Iglesia cristiana que la lleva a seguir diciendo cosas que<br />
no sólo no significan ya nada para los hombres y mujeres de hoy,<br />
sino que son positivamente dañinas para nuestra sociedad.<br />
Doctrinas así, defendidas con toda buena voluntad por los jerarcas<br />
y ministros religiosos, le hacen perder más credibilidad al<br />
cristianismo que todos los ataques de sus enemigos. Por ser la religión<br />
en la que nos hemos criado, nos entristece el ver desprestigiarse así a<br />
sus líderes; nos entristece, porque los vemos a la misma altura de un<br />
musulmán que se horroriza ante la carne de puerco o de un hindú<br />
que se hinca ante una vil vaca.<br />
Como resumen de este largo capítulo diremos que el cristianismo<br />
ha envejecido lo mismo que individualmente envejecen los<br />
seres humanos cuando pasan los años; pero paradójicamente,<br />
mientras la sociedad humana se ha ido rejuveneciendo con cada<br />
nueva generación, el cristianismo no ha sabido ni en realidad ha<br />
podido rejuvenecerse y hoy está enfermo de muerte. En este<br />
capítulo hemos visto algunos síntomas externos de esta vejez; en los<br />
próximos capítulos todavía insistiremos en algunos síntomas más,<br />
dejando para los últimos las causas hondas de esta falta de capacidad<br />
para el rejuvenecimiento.<br />
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