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compasión). Si lo hiciera, su obra sería un fracaso, capaz únicamente <strong>de</strong><br />
aburrir al público y <strong>de</strong>primirlo. Lo que hace el dramaturgo es seleccionar los<br />
elementos <strong>de</strong> <strong>la</strong> realidad que su arte necesita; y lo que éste necesita es lo<br />
excepcional. Si, en cambio, animados por estas i<strong>de</strong>as sobre <strong>la</strong> gran<strong>de</strong>za<br />
trágica, nos acercáramos a alguien que pa<strong>de</strong>ce una pena real para <strong>de</strong>cirle que<br />
está envuelto en ese «sublime manto», no sólo pecaríamos <strong>de</strong> imbéciles sino<br />
que nos comportaríamos <strong>de</strong> forma execrable.<br />
Junto a un mundo don<strong>de</strong> no existiera el sufrimiento, nos gustaría que hubiese<br />
otro don<strong>de</strong> el sufrimiento fuera siempre sublime y significativo. Pero<br />
cometeríamos un error si <strong>de</strong>jásemos que <strong>la</strong> «concepción trágica <strong>de</strong> <strong>la</strong> vida» nos<br />
convenciera <strong>de</strong> que así es el mundo en que vivimos. En este sentido, más<br />
conviene que miremos a nuestro alre<strong>de</strong>dor. ¿Acaso hay en <strong>la</strong> naturaleza algo<br />
más <strong>de</strong>sagradable e indigno que el rostro <strong>de</strong> un hombre adulto congestionado<br />
por el l<strong>la</strong>nto? Y lo que hay <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> ese rostro no es mucho más bonito. El<br />
sublime manto no se ve por ninguna parte.<br />
Me parece innegable que <strong>la</strong> tragedia, consi<strong>de</strong>rada como una filosofía <strong>de</strong> vida,<br />
es <strong>la</strong> más pertinaz y <strong>la</strong> más enmascarada <strong>de</strong> <strong>la</strong>s realizaciones <strong>de</strong> <strong>de</strong>seos...<br />
precisamente porque aparenta ser tan realista. Dec<strong>la</strong>ra haber afrontado lo<br />
peor, y concluye que, al cabo <strong>de</strong> lo peor, subsiste un sentido sublime por<br />
aprehen<strong>de</strong>r. Así, resulta tan convincente como un testigo que pareciera<br />
<strong>de</strong>c<strong>la</strong>rar en contra <strong>de</strong> sus propios intereses. Sólo que, en mi opinión, no es<br />
cierto que haya afrontado lo peor, o, en todo caso, <strong>la</strong>s formas más corrientes<br />
<strong>de</strong> «lo peor».<br />
Los dramaturgos no son responsables <strong>de</strong> que algunos lectores se <strong>de</strong>jen<br />
engañar por esa <strong>de</strong>c<strong>la</strong>ración. Porque no son ellos los que <strong>la</strong> han hecho, sino<br />
los críticos. Ellos escogieron para sus obras <strong>la</strong>s historias (a menudo urdidas<br />
con elementos míticos e imposibles) que mejor se prestaban a una utilización<br />
dramática. Podríamos <strong>de</strong>cir que, por <strong>de</strong>finición, eran historias atípicas,<br />
sorpren<strong>de</strong>ntes y, por diversas razones, a<strong>de</strong>cuadas para ese uso. No escogieron<br />
<strong>la</strong>s historias que tenían un finale sublime y reconciliador porque ese finale<br />
fuese característico <strong>de</strong> <strong>la</strong> <strong>de</strong>sgracia humana, sino porque es el que todo buen<br />
drama necesita.<br />
Es probable que esta concepción haya cimentado en muchos jóvenes <strong>la</strong><br />
creencia <strong>de</strong> que <strong>la</strong> tragedia es esencialmente más «verídica» que <strong>la</strong> comedia.<br />
Consi<strong>de</strong>ro que esta creencia carece <strong>de</strong> todo fundamento. Cada una <strong>de</strong> esas<br />
formas extrae <strong>de</strong> <strong>la</strong> vida real sólo los acontecimientos que necesita. La materia<br />
prima se encuentra a nuestro alre<strong>de</strong>dor, combinada <strong>de</strong> cualquier manera.<br />
Cada una <strong>de</strong> esas formas <strong>de</strong> teatro es el fruto, no <strong>de</strong> una filosofía, sino <strong>de</strong> un<br />
proceso <strong>de</strong> selección, distinción y configuración. Entre una y otra hay tanta<br />
contradicción como <strong>la</strong> que existe entre dos ramilletes cogidos en el mismo<br />
jardín. La contradicción sólo aparece cuando nosotros (no el dramaturgo) <strong>la</strong>s<br />
convertimos en proposiciones como «Así es <strong>la</strong> vida humana».<br />
Pue<strong>de</strong> parecer extraño que <strong>la</strong>s mismas personas que consi<strong>de</strong>ran que <strong>la</strong><br />
comedia es menos verídica que <strong>la</strong> tragedia sue<strong>la</strong>n opinar que <strong>la</strong> farsa atrevida<br />
es realista. He oído <strong>de</strong>cir con frecuencia que cuando Chaucer pasó <strong>de</strong> Troilo y<br />
Criseida a sus faibliaux lo que hizo fue acercarse mucho más a <strong>la</strong> realidad.<br />
Creo que esta i<strong>de</strong>a surge <strong>de</strong> una confusión entre el realismo <strong>de</strong> presentación y<br />
el realismo <strong>de</strong> contenido. La farsa <strong>de</strong> Chaucer está llena <strong>de</strong> realismo <strong>de</strong><br />
presentación, pero carece <strong>de</strong> realismo <strong>de</strong> contenido. Criseida y Eloísa son<br />
ambas mujeres probables, pero lo que suce<strong>de</strong> en Troilo es mucho más<br />
probable que lo que suce<strong>de</strong> en El cuento <strong>de</strong>l molinero. No pue<strong>de</strong> <strong>de</strong>cirse que el<br />
mundo <strong>de</strong> <strong>la</strong> farsa sea menos i<strong>de</strong>al que el <strong>de</strong>l género pastoril. Es un paraíso <strong>de</strong><br />
<strong>la</strong>s chanzas en el que <strong>la</strong>s coinci<strong>de</strong>ncias más <strong>de</strong>satinadas se aceptan sin<br />
objeciones, y don<strong>de</strong> todo se combina para hacer reír. Pocas veces -y sólo por