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c<strong>la</strong>sificación.<br />
También me he abstenido <strong>de</strong> utilizar <strong>la</strong> expresión «lectura crítica» para<br />
<strong>de</strong>scribir el tipo <strong>de</strong> lectura que consi<strong>de</strong>ro correcta. Salvo cuando se <strong>la</strong> utiliza<br />
elípticamente, esa expresión me parece muy engañosa. En un capítulo<br />
anterior he dicho que sólo po<strong>de</strong>mos juzgar <strong>la</strong> pertinencia <strong>de</strong> una oración, e<br />
incluso <strong>de</strong> una pa<strong>la</strong>bra, por <strong>la</strong> función que cumple o <strong>de</strong>ja <strong>de</strong> cumplir. El efecto<br />
siempre <strong>de</strong>be prece<strong>de</strong>r al acto que lo juzga. Lo mismo vale para todo el libro.<br />
En el caso i<strong>de</strong>al, primero <strong>de</strong>beríamos <strong>leer</strong>lo, y <strong>de</strong>spués valorarlo.<br />
Lamentablemente, cuanto más tiempo llevamos ejerciendo una profesión<br />
literaria, o frecuentando los círculos literarios, menos respetamos esa norma.<br />
Quienes sí lo hacen, excelentemente, son los jóvenes. Cuando leen por primera<br />
vez una gran obra se sienten «ap<strong>la</strong>stados». ¿Acaso <strong>la</strong> critican? ¡Por Dios, no! Lo<br />
que hacen es volver a <strong>leer</strong><strong>la</strong>. Pue<strong>de</strong>n <strong>de</strong>morarse mucho en formu<strong>la</strong>r el juicio:<br />
«Ésta <strong>de</strong>be <strong>de</strong> ser una gran obra». Pero en etapas ulteriores no po<strong>de</strong>mos <strong>de</strong>jar<br />
<strong>de</strong> juzgar a medida que leemos; esto se convierte en un hábito. No logramos<br />
crear el silencio interior, el vacío mental que requiere <strong>la</strong> recepción plena <strong>de</strong> <strong>la</strong><br />
obra. Y mucho menos lo logramos cuando, al <strong>leer</strong>, sabemos que estamos<br />
obligados a formu<strong>la</strong>r un juicio; como cuando leemos un libro para escribir una<br />
reseña o cuando un amigo nos pasa un manuscrito porque quiere que le<br />
aconsejemos. Entonces el lápiz se pone a trabajar en el margen y <strong>la</strong>s frases <strong>de</strong><br />
censura o aprobación se forman por sí so<strong>la</strong>s en nuestra mente.<br />
Por eso, dudo mucho <strong>de</strong> que <strong>la</strong> crítica sea un ejercicio a<strong>de</strong>cuado para los<br />
lectores jóvenes. La reacción <strong>de</strong>l alumno inteligente ante <strong>de</strong>terminada obra se<br />
expresará <strong>de</strong> una manera mucho más natural a través <strong>de</strong> <strong>la</strong> parodia o <strong>la</strong><br />
imitación. Si <strong>la</strong> condición necesaria <strong>de</strong> toda buena lectura consiste en «saber<br />
apartarnos <strong>de</strong>l camino», es muy poco probable que logremos facilitar esa<br />
disposición en los jóvenes obligándolos a expresar continuamente sus<br />
opiniones. En este sentido, una <strong>de</strong> <strong>la</strong>s cosas más perniciosas que pue<strong>de</strong> hacer<br />
el profesor es incitarlos a abordar toda obra literaria con <strong>de</strong>sconfianza. Sin<br />
duda, esa actitud será muy justificada. En un mundo lleno <strong>de</strong> sofistería y<br />
propaganda, queremos proteger a <strong>la</strong> nueva generación evitándole <strong>de</strong>cepciones<br />
y precaviéndo<strong>la</strong> contra el tipo <strong>de</strong> falsos sentimientos y <strong>de</strong> i<strong>de</strong>as confusas que<br />
con tanta frecuencia suele proponerle <strong>la</strong> pa<strong>la</strong>bra impresa. Pero,<br />
<strong>la</strong>mentablemente, el mismo hábito que le impi<strong>de</strong> exponerse a <strong>la</strong> ma<strong>la</strong><br />
literatura pue<strong>de</strong> impedirle todo contacto con <strong>la</strong> buena. El campesino «sagaz»,<br />
que llega a <strong>la</strong> ciudad <strong>de</strong>masiado aleccionado contra los cazadores <strong>de</strong> ingenuos,<br />
no siempre lo pasa precisamente bien; en realidad, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> haber<br />
rechazado muchas amista<strong>de</strong>s genuinas, <strong>de</strong> haber <strong>de</strong>sperdiciado muchas<br />
oportunida<strong>de</strong>s reales y <strong>de</strong> haberse granjeado no poca antipatía, lo más<br />
probable es que caiga en <strong>la</strong>s re<strong>de</strong>s <strong>de</strong> algún picaro que sepa a<strong>la</strong>bar su<br />
«astucia». Lo mismo suce<strong>de</strong> en este caso. Ningún poema librará su secreto a<br />
un lector que penetre en él pensando que el poeta probablemente haya<br />
querido engañarle pero que en su caso no lo conseguirá. Si queremos obtener<br />
algo <strong>de</strong>l poema, <strong>de</strong>bemos correr ese riesgo. La mejor <strong>de</strong>fensa contra <strong>la</strong> ma<strong>la</strong><br />
literatura es una <strong>experiencia</strong> plena <strong>de</strong> <strong>la</strong> buena; así como para protegerse <strong>de</strong><br />
los bribones es mucho más eficaz intimar realmente con personas honradas<br />
que <strong>de</strong>sconfiar en principio <strong>de</strong> todo el mundo.<br />
Des<strong>de</strong> luego, los muchachos sometidos a este entrenamiento capaz <strong>de</strong> atrofiar<br />
su sensibilidad, no acusan sus efectos con<strong>de</strong>nando sin más todos los poemas<br />
que sus maestros les presentan. Determinada combinación <strong>de</strong> imágenes,<br />
rebel<strong>de</strong> a toda lógica e imposible <strong>de</strong> imaginar visualmente, merecerá sus<br />
elogios si <strong>la</strong> encuentran en Shakespeare, y su «<strong>de</strong>nuncia» triunfal si <strong>la</strong><br />
encuentran en Shelley. Pero esto se <strong>de</strong>be a que saben muy bien lo que se<br />
espera <strong>de</strong> ellos. Saben, por otro tipo <strong>de</strong> razones, que hay que elogiar a