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<strong>de</strong>l objeto. Si se presta <strong>de</strong>masiada atención a su rostro inmutable e<br />
inexpresivo, es más difícil jugar. Un crucifijo existe para dirigir el pensamiento<br />
y <strong>la</strong>s emociones <strong>de</strong>l <strong>de</strong>voto hacia <strong>la</strong> Pasión. Lo mejor es que carezca <strong>de</strong><br />
excelencias, sutilezas u originalida<strong>de</strong>s, pues éstas distraerían <strong>la</strong> atención. Por<br />
eso, <strong>la</strong>s personas <strong>de</strong>votas prefieren quizá los iconos más rudimentarios y<br />
<strong>de</strong>spojados. Los más vacíos, los más permeables... como si <strong>de</strong>searan atravesar<br />
<strong>la</strong> imagen material, ir más allá. Por <strong>la</strong> misma razón, el juguete más caro y más<br />
realista no suele conquistar el amor <strong>de</strong>l niño.<br />
Si así es como <strong>la</strong> mayoría <strong>de</strong> <strong>la</strong>s personas usan los cuadros, entonces <strong>de</strong>bemos<br />
rechazar <strong>de</strong> inmediato <strong>la</strong> i<strong>de</strong>a <strong>de</strong>spreciativa <strong>de</strong> que ese uso es siempre y<br />
necesariamente vulgar y necio. Pue<strong>de</strong> serlo o no serlo. Las activida<strong>de</strong>s<br />
subjetivas a que se entregan <strong>la</strong>s personas a partir <strong>de</strong> los cuadros pue<strong>de</strong>n ser<br />
<strong>de</strong> muy distintos niveles. Las tres Gracias <strong>de</strong> Tintoretto pue<strong>de</strong>n ser, para<br />
<strong>de</strong>terminada persona, un mero apoyo para su imaginación libidinosa; esa<br />
persona usa <strong>la</strong> obra como pornografía. Otra persona pue<strong>de</strong> usar<strong>la</strong> como punto<br />
<strong>de</strong> partida para una reflexión sobre el mito griego, que, en sí mismo, es<br />
valioso. A su manera, ese mito podría obrar efectos tan buenos como el cuadro<br />
mismo. Quizá sucedió algo así cuando Keats contempló una urna griega. Ese<br />
uso <strong>de</strong>l vaso habría sido admirable. Pero admirable a su manera, no como<br />
observación a<strong>de</strong>cuada <strong>de</strong> una pieza <strong>de</strong> arte cerámico. Los usos que pue<strong>de</strong>n<br />
hacerse <strong>de</strong> los cuadros son variadísimos y habría bastante que <strong>de</strong>cir sobre<br />
muchos <strong>de</strong> ellos, pero lo único que, con seguridad, po<strong>de</strong>mos <strong>de</strong>cir en contra <strong>de</strong><br />
todos y cada uno <strong>de</strong> ellos es que, esencialmente, no constituyen apreciaciones<br />
a<strong>de</strong>cuadas <strong>de</strong> los cuadros.<br />
Para eso se requiere el procedimiento inverso. No <strong>de</strong>bemos soltar nuestra<br />
propia subjetividad sobre los cuadros haciendo <strong>de</strong> éstos su vehículo. Debemos<br />
empezar por <strong>de</strong>jar a un <strong>la</strong>do, en lo posible, nuestros prejuicios, nuestros<br />
intereses y nuestras asociaciones mentales. Debemos hacer sitio para el Marte<br />
y Venus <strong>de</strong> Botticelli, o para <strong>la</strong> Crucifixión <strong>de</strong> Cimabue, <strong>de</strong>spojándonos <strong>de</strong><br />
nuestras propias imágenes. Después <strong>de</strong> este esfuerzo negativo, el positivo.<br />
Debemos usar nuestros ojos. Debemos mirar y seguir mirando hasta que<br />
hayamos visto exactamente lo que tenemos <strong>de</strong><strong>la</strong>nte. Nos insta<strong>la</strong>mos ante un<br />
cuadro para que éste nos haga algo, no para hacer nosotros algo con él. Lo<br />
primero que exige toda obra <strong>de</strong> arte es una entrega. Mirar. Escuchar. Recibir.<br />
Apartarse uno mismo <strong>de</strong>l camino. (No vale preguntarse primero si <strong>la</strong> obra que<br />
se tiene <strong>de</strong><strong>la</strong>nte merece esa entrega, porque sin haberse entregado es<br />
imposible <strong>de</strong>scubrirlo.)<br />
Lo que <strong>de</strong>bemos <strong>de</strong>jar a un <strong>la</strong>do no son sólo nuestras propias «i<strong>de</strong>as» sobre,<br />
por ejemplo, Marte y Venus. Con eso sólo haríamos sitio para <strong>la</strong>s «i<strong>de</strong>as» <strong>de</strong><br />
Botticelli, en el mismo sentido <strong>de</strong> <strong>la</strong> pa<strong>la</strong>bra. Sólo recibiríamos aquellos<br />
elementos <strong>de</strong> su invención que comparte con el poeta. Pero, como se trata ante<br />
todo <strong>de</strong> un pintor y no <strong>de</strong> un poeta, eso sería erróneo. Lo que <strong>de</strong>bemos recibir<br />
es su invención específicamente pictórica: aquello que, con los volúmenes,<br />
colores y líneas, crea <strong>la</strong> compleja armonía <strong>de</strong>l cuadro en su conjunto.<br />
La mejor manera <strong>de</strong> expresar esta diferencia entre <strong>la</strong> mayoría y <strong>la</strong> minoría<br />
consiste en <strong>de</strong>cir que mientras unos usan el arte otros lo reciben. La mayoría<br />
se comporta en este caso como un hombre que hab<strong>la</strong> cuando <strong>de</strong>bería escuchar<br />
o que da cuando <strong>de</strong>bería tomar. Con esto no afirmo que el buen espectador<br />
sea pasivo. También él está entregado a una actividad imaginativa, pero se<br />
trata <strong>de</strong> una actividad obediente. Parece pasivo al principio porque está<br />
atendiendo a lo que se le or<strong>de</strong>na. Si, una vez que ha comprendido plenamente,<br />
<strong>de</strong>ci<strong>de</strong> que no vale <strong>la</strong> pena obe<strong>de</strong>cer -dicho <strong>de</strong> otro modo: si piensa que el<br />
cuadro es malo-, se aparta sin más.<br />
El ejemplo <strong>de</strong>l hombre que hace un uso pornográfico <strong>de</strong>l Tintoretto <strong>de</strong>muestra