José María Salcedo EL VUELO DE LA BALA - "CHEMA" Salcedo
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traen nuestras visitas son perforados con cuchillos oxidados por los vigilantes; varios de<br />
nuestros compañeros han sufrido perdigonazos y se nos quiere enfrentar a los reos<br />
comunes. Se les incita a que nos ataquen.<br />
Mientras escucho sus palabras me percato que mi guía toma nota de todo. Así lo<br />
hará hasta el final de la conversación.<br />
Casi interrumpiendo a Díaz Martínez el "comisario" toma la palabra. Comprendo<br />
que debo escuchar.<br />
—El país vive una campaña de genocidio contra nosotros, los prisioneros de<br />
guerra y el pueblo. Esta campaña de genocidio se ha acentuado con el gobierno de Alan<br />
García, que no es sino la continuación de un poder reaccionario.<br />
Luego expone su versión sobre los sucesos del cuatro de octubre de 1985, que<br />
culminaron con la muerte de treinta personas en el ya celebre Pabellón Británico. Como<br />
se sabe, los senderistas acusan directamente a los "Llapan Atik" de la Guardia<br />
Republicana y a las autoridades del Penal.<br />
Díaz Martínez asiente mientras el joven continúa hablando.<br />
—El cuatro de octubre lo hemos bautizado como el día del prisionero de guerra.<br />
Realizamos un heroico combate contra el genocidio transformando la masacre en una<br />
victoria política para el partido. En seis horas demostramos que nuestra moral es superior.<br />
Las vidas entregadas y la sangre derramada son estandartes que llaman a continuar la<br />
rebelión.<br />
Luego, Díaz Martínez se refiere al acta firmada entre autoridades del penal y el<br />
pabellón senderista, más tarde ratificada por autoridades del gobierno y la Comisión de<br />
Paz. Allí entre otros puntos, se declara que los senderistas no serán trasladados al nuevo<br />
Penal de Canto Grande.<br />
Y ahora —añade el ingeniero— se niegan a respetar el acta. Canto Grande es una<br />
jaula que viola los derechos constitucionales y nuestro traslado no sería sino un pretexto<br />
para un nuevo aniquilamiento. Tercia entonces el joven de anteojos:<br />
—Pero de aquí no saldremos sino muertos, y nuestra sangre recaerá sobre los<br />
responsables. Por la acción del partido, estas mazmorras se han convertido en luminosa<br />
trinchera de combate. Póngalo así: luminosa trinchera de combate.<br />
Entonces interrumpo:<br />
—¿No es demasiado entregar la vida solo por impedir un traslado de cárcel?<br />
El "comisario" sonríe como comprensivo, casi como compadeciendo a su<br />
interlocutor:<br />
—La vida del individuo nada vale: lo que cuentan son las masas. Cuando se<br />
entrega la sangre revolucionaria, no es en vano. Esa sangre fecunda nuevas vidas de<br />
combate por la revolución...<br />
Se hace un silencio. Sólo se escucha el rasguño casi imperceptible del bolígrafo<br />
sobre el papel en que escribe mi guía. Trato entonces de cambiar de giro y me dirijo a<br />
Díaz Martínez.<br />
—Pero los individuos tienen sus vidas, ¿no? ¿Cómo fue, ingeniero, su<br />
evolución personal?<br />
—Desde mis épocas de estudiante pude percibir las manifestaciones de la<br />
injusticia social. Pero aún no comprendía sus causas profundas. Más tarde me fui<br />
formando en el pensamiento revolucionario. Y me sigo formando. No somos