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José María Salcedo EL VUELO DE LA BALA - "CHEMA" Salcedo

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todo el trayecto. Reaccioné al llegar a mi destino. Recién entonces reparé en mis trazas y<br />

en la natural reacción del chofer.<br />

Así transcurrió mi primer día de paciente.<br />

De la basura al cigarrillo<br />

Los días siguientes ingresé al hospital en compañía del Chino Domínguez. Él<br />

sería mi acompañante, el amigo que auxiliaría a un paciente en desgracia. Su cámara iba<br />

convenientemente camuflada.<br />

No hubo ninguna dificultad para volver a ingresar. Como una especie de<br />

salvoconducto, en el bolsillo de mi chompa reposaba el ticket de la jornada anterior y el<br />

recetario con la respectiva firma facultativa. Una imagen me agredió recién vuelto al<br />

hospital.<br />

Un anciano de pequeña estatura hurgaba un montón de basura. Al fondo, un<br />

paciente defecaba. Aparentemente, el anciano escarbaba en busca de comida: de hecho,<br />

de vez en cuando, se llevaba la mano a la boca. Empecé a acercarme y el anciano se<br />

incorporó. Reparé entonces que se apoyaba en un rudimentario bastón. Su paso era<br />

lentísimo. Se acercó masticando y con una mano empezó a hacerme el típico gesto —dos<br />

dedos en forma de "V"— de quien demanda un cigarrillo. Se lo extendí. Entonces,<br />

abriendo la boca, dejó escapar una catarata de cebolla ennegrecida. Se puso el cigarrillo<br />

entre los labios y se lo encendí con el que yo estaba fumando. Musitó "gracias" y se alejó.<br />

Y me alegré de que un cigarrillo —al que tantos acusarán de cáncer— sirviera<br />

para reemplazar a la basura.<br />

Poco después, un nuevo anciano me interpeló.<br />

Era un hombre flaquísimo, alto y afilado, dedos largos y manos sarmentosas. Una<br />

cierta nobleza sufrida se reflejaba en su expresión. Sospecho que vio la escena anterior<br />

porque pidió un cigarrillo con pocas muestras de ansiedad, como quien supiera que de<br />

todos modos lo iba a conseguir.<br />

Algo me hizo cohibirme y le expliqué: "sólo tengo Inca". "No importa, me dijo,<br />

Inca está bien". Y empezó a fumarlo con toda lentitud.<br />

Dialogamos brevemente y me enteré que llevaba ahí unos dieciocho años. "Mejor,<br />

ya estoy mejor", me dijo, cuando le pregunté por su estado de salud.<br />

Pabellón y PBC<br />

Me tocó internarme luego en uno de los pabellones del hospital que atiende a todo<br />

tipo de pacientes. Inmóviles catatónicos, dos oligofrénicos, un atareado y hasta alegre<br />

interno que se afanaba con unos baldes de agua, me contemplaron con toda naturalidad<br />

en medio de un patio de locetas.<br />

Al fondo, un hombre parecía dormitar repantigado contra la pared. Me acerqué y<br />

se lanzó a hablar: "Cómo le va, cómo le va. Qué dice la CIA, amigo. Yo soy agente de la<br />

CIA. Tengo unos vidrios en los ojos, unos vidrios perfectos, oiga usted, unos vidrios con

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