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José María Salcedo EL VUELO DE LA BALA - "CHEMA" Salcedo

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El Rochabus de la victoria<br />

Confieso que cometí el crimen de no ver el partido. Me refiero al de la hazaña<br />

Perú - Japón y no a los siguientes que ustedes al leerme, ya habrán terminado de ver.<br />

Bueno, no vi el partido. O sea, yo era un marciano pero menos bueno y menos<br />

inteligente, por supuesto, que los marcianos de Crónicas marcianas del amigo Ray<br />

Bradbury, que es un autor del que no se puede hablar sino bien.<br />

Aunque no vi el partido, sí escuché unos ligeros bocinazos. Yo estaba en Marte<br />

pero de todas maneras algo me llegaba de los bocinazos terráqueos. Los bocinazos eran<br />

como trompetas bíblicas pero con sordina y con la ronquera del caso repetían Perú-Perú-<br />

Perú.<br />

Los bocinazos debían servir para bajarme de Marte y hacerme comprender lo<br />

sucedido pero yo estaba discutiendo los problemas de la Alianza Atlántica y no pudo ser.<br />

Alguien, en plena discusión, se acordó de Perú - Japón eran socios de la Alianza<br />

Atlántica es, como se sabe, muy brumoso y razón tenían los antecesores de Colón al no<br />

quererse meter en sus honduras.<br />

Pero yo sí.<br />

Y entonces los bocinazos eran bocinazos de la noche, tocamiento de borrachínes y<br />

nada más para mí, durante la noche de la hazaña que yo me perdí. Algunas veces las<br />

hazañas suceden, uno se pierde las hazañas por dormir, estar en el baño o nimiedades por<br />

el estilo y ahí es que uno pierde el carro de la historia.<br />

En el caso, los carros de los bocinazos eran los carros de la historia.<br />

La historia del Perú correteaba por la net de la hazaña hacia el campo japonés, el<br />

espíritu del maestro Akira Kato —no desmerezco al señor Man Bok Park, por supuesto,<br />

pero Akira Kato fue el primero —el espíritu del maestro, digo—, se había metido dentro<br />

de la pelota y a cada rato regresaba a su patria del sol naciente y cada regreso era punto-<br />

para-Perú.<br />

Todos volvían al lugar en que nacieron y, de paso, ganaba Perú.<br />

Cuando Manguera Villanueva o mi ilustre tocayo Lavalle disparaban al arco, el<br />

arquero, mientras se iba convirtiendo en un ciudadano asustado, escuchaba algo así como<br />

"agárrame esa flor" y la flor-pelota era una flor invisible con el aroma de todas las<br />

primaveras futbolísticamente concentradas en el césped soleado de las tristes olimpiadas<br />

de Berlín.<br />

La flor de la canela del Perú contemporáneo se llama, señores, Cecilia Tait. Y a<br />

diferencia de las malas suertes del ser nacional, las mujeres ganan los partidos. Es<br />

precisamente lo que hace que el poeta Balo Sánchez León diga que las mujeres son<br />

superiores a los hombres en el Perú. Más que feminismo, esto es voleybolismo, un juego<br />

de altura en un país en que más bien solemos mirar a los suelos en lugar de a los cielos.<br />

Y la cosa es que cada pelota peruana que pasa la net, que es el purgatorio, se<br />

encuentra más cerca de Dios, que no necesita ser peruano para que le ganemos al Japón.

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