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so: iré, sí, iré, a donde quiera que tú vayas por delante,<br />
dispuesto a acompañarte en el postrer viaje…» (Odas II-<br />
17). Así fue. Desde el año 20, Mecenas había perdido<br />
parte de su influencia frente a Octavio, debido a uno de<br />
los personajes que cita Horacio en su relato. La frase<br />
enigmática del narrador dice así: «luego, cansados, nos<br />
quedamos en la ciudad de los Mamurras, donde Murena<br />
nos procuró una casa y Capitón una cocina». Se sabe<br />
que este último apareció con Mecenas, pero Murena sólo<br />
surge aquí citado como la persona a través de la cual<br />
les hacen ese favor, pero en su ausencia. Lucio Licinio<br />
Varrón Murena era el cuñado de Mecenas. Amigo de<br />
Augusto y copartícipe del consulado fue, años después,<br />
acusado de participar en la conjura de Capitón y ejecutado.<br />
Mecenas trató de ayudarle y eso provocó el distanciamiento<br />
con el Emperador.<br />
En el relato hay otros dos hombres cuyo paso a la historia<br />
está por la mención del narrador, un tal rétor Heliodoro<br />
«el más docto de los griegos», y Aufidio Lusco un<br />
magistrado municipal que los sale a recibir con sus mejores<br />
galas y ellos se burlan ocultamente de él. Quizás el<br />
eje de la historia, cuando la escribió y la colocó entre las<br />
Sátiras, giraba en torno a la pugna entre el bufón Sarmento<br />
y Mesio Cicirro. Una pelea verbal, un duelo atroz<br />
entre ambos, sacando a la luz lo peor de sus bajos orígenes.<br />
Una batalla con insultos cada vez más graves que<br />
Horacio trató burlonamente de equipararla a la lucha de<br />
los cíclopes. Pero la lectura de estas páginas perdura hoy<br />
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