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POESÍA FBR - Fundación Juan March

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SEnZA FInE<br />

Orillas del tiber siempre revueltas y tan confusas como<br />

los pensamientos de quienes las contemplamos.<br />

Puente Garibaldi sin valor artístico, ancho, rudo, ruidoso,<br />

repleto de coches que van hacia el trastevere o regresan<br />

de él. En medio de este paso me planto frente a la<br />

proa de la Isola tiberina. Para llegar a ella es inevitable<br />

tomar una decisión. O ir por la Anguillara del lado del<br />

trastevere, o por el Lungotevere dei Cenci. Opto por este<br />

último camino bordeando el antiguo barrio judío con<br />

la gran sinagoga cuya alta y esbelta cúpula se divisa desde<br />

cualquier punto de Roma. Los judíos habitaron esta<br />

urbe desde tiempo inmemorial y, en el siglo XVI, recibieron<br />

a muchos cientos de sefardíes. Si diera unos pasos<br />

más allá me encaminaría hacia el Aventino (en la antigua<br />

capital del mundo era una colina popular y conflictiva,<br />

mientras que en la actualidad es una de las colonias residenciales<br />

y de culto católico más bellas y selectas), pero<br />

llego de un modo imprevisto al lugar donde, desde la antigüedad,<br />

se curaba a la gente. Los romanos se trajeron al<br />

dios y médico griego metamorfoseado en una serpiente.<br />

El eligió residir aquí hasta nuestros días, es decir, hasta la<br />

misma eternidad. Donde estuvo el antiguo Asclepeion se<br />

encuentra, desde hace más de un milenio, la iglesia de<br />

San Bartolomeo, en la popa; mientras que en la proa<br />

funciona aún el Ospedale dei Fatèbénefratelli. Los romanos<br />

le dieron a la isla el aspecto de una nave en re-<br />

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