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de bueyes sin saber que hay automóviles, e iluminada<br />
por velas sin conocer la electricidad, se contempla a sí<br />
misma en lo retrógrado, en el analfabetismo de quienes<br />
la corean desde su oficio de escribanos. Han destrozado<br />
la palabra y corrompido el gusto. Han llenado de trampas<br />
el claro del bosque para acallar el lenguaje de los pájaros<br />
que era la palabra de Dios, incomprensible para el<br />
común de los mortales, para quienes no tienen la ocasión<br />
ni la suerte de ver cómo el cielo se abre sobre sus cabezas.<br />
Lázaro yace de nuevo semidespierto tomado por miles<br />
de flashes y cámaras. Alguien lo interroga. Su cuerpo<br />
está lleno de moraduras producidas por los pellizcos de<br />
quienes lo reanimaban. Pero Lázaro no rompe el secreto,<br />
y desde la oscuridad entra de nuevo en la luz y se hace<br />
luz. Rilke nos habla del espacio interior del mundo, quizás<br />
el espacio literario de Blanchot, aquel en donde las<br />
abejas de lo invisible liban desesperadamente la miel de<br />
lo invisible, «para acumularla en la gran colmena de oro<br />
de lo visible».<br />
Cuando quienes envejecen sólo han atendido a las<br />
preocupaciones inmediatas, ya no podrán volver hacia la<br />
vida interior y lo lamentarán. Joseph Campbell opinaba<br />
que la poesía estaba más allá incluso del concepto de realidad,<br />
«lo que trasciende todo pensamiento». André<br />
Breton en el Manifiesto del surrealismo, afirmaba que todo<br />
conducía a pensar que existía un momento, un instante,<br />
un punto en que lo comunicable y lo<br />
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