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Quienes saben no hablan.<br />
Quienes hablan no saben.<br />
De qué sirve el lenguaje ante la profundidad del silencio.<br />
El silencio de estos postes que, como dioses,<br />
se entienden unos a otros sin hablar.<br />
Y yo hablo y no sé ya cómo botar estos barcos encallados.<br />
Es un día claro: la mente en reposo como un gran espejo.<br />
Para mirar están estas piedras, este cielo, estos postes,<br />
esa alcándara donde debieron posarse las aves marinas.<br />
Y toda la lluvia del pasado no mueve los remos.<br />
Los pájaros desanillados emiten sus graznidos.<br />
El gusano madura su carcoma en el corazón del fruto.<br />
Los caracoles se dejan atrapar al salir en la escampada.<br />
La agalla de algún pez rasga mallas rotas.<br />
Y el océano, que aquí debió batir sobre estos precipicios,<br />
avanza por entre los postes que ya son boyas,<br />
por entre esos repetidores de televisión que ya son sirenas<br />
cuyo zumbido imita el aletear de ángeles caídos.<br />
Sólo el timbre del teléfono abole la oriundez del lugar.<br />
Aquí está ese océano en el cual todos estamos condenados a<br />
hundirnos.<br />
He subido la cuesta hasta la altura<br />
desde la cual se ven todas las perspectivas.<br />
A Friedrich le hubiera gustado una vista así:<br />
Cuatro jarcias, cuatro arboladuras, cuatro espadañas<br />
varadas, entre la niebla del horizonte,<br />
por estas piedras que son pesos de anclas.<br />
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