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ían estado dos veces al pie del Coloso de Memnón, con<br />
la esperanza de escuchar el misterioso sonido que brotaba<br />
de la piedra, famoso fenómeno que todos los viajeros<br />
deseaban presenciar. El prodigio no se había producido,<br />
y la superstición llevaba a suponer que ocurriría estando<br />
yo presente. Acepté acompañar a las mujeres al día siguiente<br />
(…). El misterioso sonido se produjo tres veces<br />
y me recordó el de una cuerda de un arco al romperse.<br />
La inagotable Julia Balbila dio inmediatamente a luz varios<br />
poemas. Las mujeres se fueron a visitar los templos,<br />
y las acompañé un rato a lo largo de los muros acribillados<br />
de monótonos jeroglíficos. Me sentía abrumado por<br />
las colosales imágenes de reyes tan parecidos entre sí<br />
(…). Descansé un rato a la sombra del Coloso antes de<br />
volver a la barca. Sus piernas estaban cubiertas hasta las<br />
rodillas de inscripciones griegas trazadas por los viajeros:<br />
había nombres, fechas, una plegaria, un tal Servio Suavis,<br />
un tal Eumenes que había estado en ese mismo sitio<br />
seis siglos antes que yo, un cierto Panion que había visitado<br />
tebas seis meses atrás. Un capricho nació en mí,<br />
que no había sentido desde los tiempos de niño cuando<br />
grababa mi nombre en la corteza de los castaños, en un<br />
dominio español: «el emperador que se negaba a hacer<br />
inscribir sus nombres y sus títulos en los monumentos<br />
que había erigido, desenvainó su daga y rasguñó en la<br />
dura piedra algunas letras griegas, una forma abreviada y<br />
familiar de su nombre». En este pasaje se habla de un tal<br />
poeta Pancratés y se menciona otra vez más a la poetisa<br />
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