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nalgures • tomo iv • año 2007 1 - Asociación Cultural de Estudios ...

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La venganza <strong>de</strong> un santo<br />

Monjes cistercienses coruñeses o relacionados con la provincia<br />

El padre Pío fue –por permisiones <strong>de</strong> Dios– la cruz lacerante que sirvió para aquilatar la<br />

santidad <strong>de</strong> Rafael. Esta es una realidad <strong>de</strong>l dominio público que resalta en todas las biografías<br />

que tratan sobre él. En alguna <strong>de</strong> ellas se le llega a calificar <strong>de</strong> «<strong>de</strong>sgraciado». Nada <strong>de</strong><br />

<strong>de</strong>sgraciado, como acabamos <strong>de</strong> <strong>de</strong>mostrar. El padre Pío era un enfermo que se vio clavado<br />

en la cruz <strong>de</strong>s<strong>de</strong> joven, cumplió las obligaciones a su modo como Dios le dio a enten<strong>de</strong>r, no<br />

siendo responsable <strong>de</strong> lo que hizo sufrir a aquella alma santa. Lo que no está tan difundido<br />

–yo diría que es casi nueva– la manera como le pagó Rafael aquel «tortillazo» y las <strong>de</strong>más<br />

molestias e incoherencias que le ocasionó, sobre todo durante la segunda y tercera etapa que<br />

coincidió a su lado en el monasterio. Se hace preciso hacer unas aclaraciones. Unos veinte<br />

<strong>año</strong>s <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> la muerte <strong>de</strong> Rafael, el padre Teófilo Sandoval –confesor certero suyo durante<br />

su primera etapa <strong>de</strong> monje–, accediendo a las insistentes insinuaciones <strong>de</strong> los admiradores<br />

<strong>de</strong> Rafael, se dispuso a poner en marcha el proceso <strong>de</strong> beatificación. Pero antes <strong>de</strong><br />

iniciarlo, mandó al enfermero que se entrevistara con el padre Pío, pues consciente <strong>de</strong> lo<br />

mucho que había hecho sufrir a Rafael, sospechaba que se opondría como un basilisco en el<br />

momento que supiera que se intentaba introducir la causa <strong>de</strong> beatificación. Así sucedió: La<br />

contestación <strong>de</strong>l padre Pío fue totalmente negat<strong>iv</strong>a: «Que no se les ocurriera a nadie introducirla,<br />

porque él se encargaba <strong>de</strong> <strong>de</strong>tenerla». El padre Sandoval se intimidó ante tal<br />

amenaza, <strong>de</strong>sistió <strong>de</strong> momento <strong>de</strong> dar ningún paso. Pero tantas instancias se le hicieron <strong>de</strong><br />

una y otra parte, que al fin insistió en la introducción <strong>de</strong>l proceso. Pero por precaución otra<br />

vez mandó al enfermero que se lo comunicará al padre Pío, para ver si había cambiado <strong>de</strong><br />

parecer. Esta vez la contestación fue la que nadie podía esperar: enteramente posit<strong>iv</strong>a, pronunciando<br />

estas palabras textuales: «Introdúzcala, introdúzcanla. ¡No puedo hablar!».<br />

Ignoramos lo que quería <strong>de</strong>cir con ese «¡no puedo hablar!». Lo que Personalmente puedo<br />

asegurar con toda certeza es que <strong>de</strong>s<strong>de</strong> ese día cambió totalmente <strong>de</strong> vida <strong>de</strong>l padre Pío.<br />

Aquel monje que durante más <strong>de</strong> veinte <strong>año</strong>s había cumplido cada domingo y fiestas <strong>de</strong><br />

guardar con oír misa <strong>de</strong>s<strong>de</strong> <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> la puerta y a comulgar una vez al <strong>año</strong>, por pascua<br />

florida, como todo cristiano <strong>de</strong> a pie; <strong>de</strong>s<strong>de</strong> aquel día comenzó a oír misa diariamente y a<br />

comulgar con un fervor como un santo. Esto lo puedo asegurar con toda certeza, porque<br />

precisamente en esos <strong>año</strong>s estaba yo <strong>de</strong> enfermero y celebraba la santa Misa todos los días a<br />

las cinco <strong>de</strong> la mañana. Este cambio tan inesperado y radical <strong>de</strong>l padre Pío estoy plenamente<br />

seguro que fue un verda<strong>de</strong>ro milagro <strong>de</strong> Rafael. A<strong>de</strong>más, ya no le oí jamás ni una palabra<br />

contra aquel joven, que antes –según él– estaba comiendo el pan <strong>de</strong> los monjes, sino todo lo<br />

contrario en sus palabras, completamente lúcidas, se advertía el máximo respeto. Es más,<br />

logré sacar <strong>de</strong> sus labios algunos <strong>de</strong>talles que nadie recordaba.<br />

Por ejemplo, al cabo <strong>de</strong> veinte o veinticinco <strong>año</strong>s, nadie recordaba la celda <strong>de</strong> la enfermería<br />

en la que había fallecido Rafael. El autor <strong>de</strong>l presente trabajo, cuando murió, se hallaba<br />

enrolado en el ejército nacional avanzando por tierras <strong>de</strong> Teruel, habiendo recibido la noticia<br />

<strong>de</strong> la muerte <strong>de</strong> Rafael al cabo <strong>de</strong> un mes. Po<strong>de</strong>mos <strong>de</strong>cir que en casa la muerte <strong>de</strong> Rafael fue<br />

como la <strong>de</strong> cualquier otro monje. Se le tuvo un día <strong>de</strong> cuerpo presente, se le hizo el funeral <strong>de</strong><br />

NALGURES <strong>•</strong> TOMO IV <strong>•</strong> AÑO <strong>2007</strong> 437

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