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CREO EN JESUCRISTO, HIJO UNICO DE DIOS 179
tado' (Lc 24,5-6)''' (626). Conforme al lenguaje bíblico (Rm 6, 4; Col
2, 12; Ef 5, 26) el Bautismo es presentado como participación del
cristiano en el misterio de la sepultura (629).
El Descenso 'Y la Resurrección (art. 5: 631-658)
Tras el número introductorio (631), que señala el nexo entre los dos
aspectos confesados en un mismo artículo, la materia se distribuye en
sendos párrafos dedicados al descenso a los infiernos (632-637) y a la
resurrección (638-658).
Podemos considerar la reflexión del párrafo 1: "Cristo descendió a
los infiernos" como prolongación de la reflexión del párrafo 3 del
artículo anterior acerca de la sepultura, con el que forma unidad de
sentido. Ambos se refieren al estado de muerte y al misterio del
Sábado Santo (Cf. 624 y 635). Si en el misterio de la sepultura se
presta más atención a la permanencia de la Encarnación aun en el
estado de muerte, estando separados el alma y el cuerpo, y a la
incorrupción e identidad del cuerpo, aquí la atención está centrada en
lo que sucede en cuanto al alma: "Cristo muerto en su alma unida a su
persona divina, descendió a la morada de los muertos. Abrió las
puertas del cielo a los justos que le habían precedido" (637).
El párrafo 2: "Al tercer día resucitó de entre los muertos", comienza
presentando la Resurrección como verdad culminante y central de
nuestra fe, y junto con la Cruz parte esencial del Misterio Pascual, tal
como lo atestigua el Nuevo Testamento, y como lo vive, lo cree y lo
proclama la Iglesia (638). Tres acápites la estudian a continuación
respectivamente como acontecimiento histórico y trascendente (639-
647), como obra de la Trinidad (648-650), y en su sentido y alcance
salvífica (651-655).
Disipando todo peligro de ambigüedad en cuanto al sentido de este
aconteciriliento, el CEC no vacila en calificarlo en primer lugar de
"histórico", precisando a continuación su genuino significado: "El
misterio de la resurrección de Cristo es un acontecimiento real que tuvo
manifestaciones históricamente comprobadas como lo atestigua el
Nuevo Testamento" (639). El sepulcro vacío (640) y las apariciones del
Resucitado (641-644), constituyen estas manifestaciones que legitiman
tal calificación.
En cuanto al sepulcro vacío, se afirma que "no es en sí una prueba
directa", pues la ausencia del cuerpo podría explicarse diversamente;
pese a lo cual "ha constituido para todos un signo esencial. Su
TEOLOGIA 66 (1995)