1 - Universidad de Sevilla

Cosnonolts
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que sabe reír y llorar con igual
intensidad, es imposible for-
marse una idea, siquiera sea
aproximada, por la divulgación
de la noticia tristísima de esta
gran pérdida nacional. Es mucho
más que un duelo general del
país ; es como si en cada hogar
francés hubiese muerto el ser
más querido ; es una manifes-
tación intensa del dolor que
brota de todos los pechos al
unísono. En todas partes, en
todos los momentos no se oye
hablar de otra cosa. ¡Ha muerto
el salvador de Francia!, se oye
exclamar a cada paso. Y se ve
bullir a la gente y hablar en
voz baja, como si rezase. La
misma fisonomía de París ha
cambiado en estos días; parece
que todo está más callado ; las
muchedumbres se mueven si-
lenciosas, serios los semblantes,
Uno de los últimos retratos del mariscal Foch.
La muerte del mariscal Foch
como bajo el pesolde una gran preocupación,
de algo que no tiene
N los momentos actuales, el pensamiento de toda
reparación posible. Todos los franceses se reconcentran en su dolos
Francia está absorbido por la impresión ho-
por la desaparición de su ídolo, de quien era representación viviente
rrenda de la muerte del mariscal Foch. Para
la opinión francesa, se borra ante) el he- de la victoria sobre-Alemania. Dijérase que se ha producido una detodo
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tención en la voluntad de este
cho bru-
pueblo ante el trágico acontal,irreparable,
de la desaparición del
tecimiento.
caudillo que ganó la Gran Gue-
El Domingo de Ramos fué
rra y aseguró la libertad en el
colocado el cadáver del cau-
mundo. Para aquellos que no
dillo, sobre un armón de arti-
conviven en estos instantes con
llería, bajo el Arco del Triunfo,
este pueblo grande en todo,
en la cabecera de la tumba del
en la alegría como en el dolor,
«Soldado desconocido». Cuatro
hacheros de oro coronados por
largas llamas azules le encua-
draban. El glorioso ataúd fué
cubierto con la bandera trico-
lor, cuyos pliegues caían sin
ocultar el cañón que servía a
modo de pedestal del efímero
monumento; encima se colocó
el quepis, la espada y el abrigo
que llevaba el mariscal el día
de su entrada en Metz. Daban
guardia de honor cuatro ofi-
ciales superiores, que se rele-
vaban de hora en hora, con la
espada desenvainada, y anti-
guos combatientes. El espec-
táculo del desfile del público
por delante del cadáver duró
todo el día y fué de una gran-
deza tal que sólo se puede
comparar al recibimiento tri-
butado a las tropas cuando re-
gresaron victoriosas de los cam-
pos de batalla, que también