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Azorado, instintivamente, se<br />
levantó corriendo y, buscando una<br />
salida rápida, se topó con una<br />
ventana y la abrió, en el mismo<br />
instante en el que se empezaban a<br />
batir ocho pares de potentes alas que<br />
arremolinaron violentamente el aire<br />
y provocaron su caída al vacío.<br />
Mientras caía contempló con horror<br />
una confusión de alas, plumas y<br />
garras de quienes pugnaban por<br />
asomarse a la ventana por la que<br />
acaba de precipitarse. Y, justo antes<br />
de reventar contra el suelo, también<br />
pudo apreciar los rostros de aquella<br />
infame turba de arpías, las cuales<br />
observaban su descenso<br />
obscenamente satisfechas.<br />
Víctor Alberto Fernández Álvarez<br />
(España)<br />
El aullido de los<br />
corderos<br />
El lobo se internó entre la espesura<br />
para evitar ser señalado por la luna<br />
llena que colmaba el cielo estrellado.<br />
Su instinto bien desarrollado le decía<br />
que no era una buena noche para<br />
cazar sin ser visto, pero primero solía<br />
guiarse por su imperante necesidad<br />
de carne, y aquellos corderos<br />
adormilados en el valle le estaban<br />
pidiendo a gritos que les hincase el<br />
diente. Lo cierto es que llevaba<br />
acosándoles durante un mes<br />
completo a través de los montes, 30<br />
días con sus necesidades de carne<br />
cubiertas al caer la noche, y su<br />
estómago lleno durante sus siestas<br />
bajo el sol. Estaba muy cómodo, así<br />
que pensaba darse la gran vida hasta<br />
que el último de aquellos infelices<br />
herbívoros hubiese recorrido sus<br />
entrañas.<br />
Confiado en su superioridad y la<br />
maña de la costumbre, el lobo echó a<br />
correr cuando tuvo a los corderos a<br />
tiro, abalanzándose ferozmente sobre<br />
el primero que se puso bajo sus<br />
dientes.<br />
Entonces se hizo el silencio en el<br />
valle: la manada salió huyendo en<br />
estampida mientras que el lobo caía<br />
muerto al suelo, con su pelaje negro<br />
brillando bajo la luz de la burlona<br />
luna, que fue envolviéndolo entre<br />
haces de luz hasta hacer desaparecer<br />
al cánido y restaurar el cuerpo<br />
humano que antes de la maldición le<br />
había pertenecido.<br />
El cordero aulló a la luz de la luna,<br />
aun sediento de sangre. El lobo era<br />
demasiado confiado, pero su mayor<br />
error había sido dejarle escapar con<br />
vida durante la cacería de la última<br />
luna llena.<br />
Melina Vázquez Delgado (España)<br />
El Pozo<br />
La mujer vivía en un pozo. Era un<br />
pozo húmedo y profundo y, sobre<br />
todo, oscuro. La mujer dormía<br />
sentada y comía lombrices. Lo hacía<br />
desde siempre. El barro ya se había<br />
marzo- abril, 2012 # 117 Revista Digital miNatura 72