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RevistaDigitalmiNatura117

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Azorado, instintivamente, se<br />

levantó corriendo y, buscando una<br />

salida rápida, se topó con una<br />

ventana y la abrió, en el mismo<br />

instante en el que se empezaban a<br />

batir ocho pares de potentes alas que<br />

arremolinaron violentamente el aire<br />

y provocaron su caída al vacío.<br />

Mientras caía contempló con horror<br />

una confusión de alas, plumas y<br />

garras de quienes pugnaban por<br />

asomarse a la ventana por la que<br />

acaba de precipitarse. Y, justo antes<br />

de reventar contra el suelo, también<br />

pudo apreciar los rostros de aquella<br />

infame turba de arpías, las cuales<br />

observaban su descenso<br />

obscenamente satisfechas.<br />

Víctor Alberto Fernández Álvarez<br />

(España)<br />

El aullido de los<br />

corderos<br />

El lobo se internó entre la espesura<br />

para evitar ser señalado por la luna<br />

llena que colmaba el cielo estrellado.<br />

Su instinto bien desarrollado le decía<br />

que no era una buena noche para<br />

cazar sin ser visto, pero primero solía<br />

guiarse por su imperante necesidad<br />

de carne, y aquellos corderos<br />

adormilados en el valle le estaban<br />

pidiendo a gritos que les hincase el<br />

diente. Lo cierto es que llevaba<br />

acosándoles durante un mes<br />

completo a través de los montes, 30<br />

días con sus necesidades de carne<br />

cubiertas al caer la noche, y su<br />

estómago lleno durante sus siestas<br />

bajo el sol. Estaba muy cómodo, así<br />

que pensaba darse la gran vida hasta<br />

que el último de aquellos infelices<br />

herbívoros hubiese recorrido sus<br />

entrañas.<br />

Confiado en su superioridad y la<br />

maña de la costumbre, el lobo echó a<br />

correr cuando tuvo a los corderos a<br />

tiro, abalanzándose ferozmente sobre<br />

el primero que se puso bajo sus<br />

dientes.<br />

Entonces se hizo el silencio en el<br />

valle: la manada salió huyendo en<br />

estampida mientras que el lobo caía<br />

muerto al suelo, con su pelaje negro<br />

brillando bajo la luz de la burlona<br />

luna, que fue envolviéndolo entre<br />

haces de luz hasta hacer desaparecer<br />

al cánido y restaurar el cuerpo<br />

humano que antes de la maldición le<br />

había pertenecido.<br />

El cordero aulló a la luz de la luna,<br />

aun sediento de sangre. El lobo era<br />

demasiado confiado, pero su mayor<br />

error había sido dejarle escapar con<br />

vida durante la cacería de la última<br />

luna llena.<br />

Melina Vázquez Delgado (España)<br />

El Pozo<br />

La mujer vivía en un pozo. Era un<br />

pozo húmedo y profundo y, sobre<br />

todo, oscuro. La mujer dormía<br />

sentada y comía lombrices. Lo hacía<br />

desde siempre. El barro ya se había<br />

marzo- abril, 2012 # 117 Revista Digital miNatura 72

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