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Foráneas enfermedades de la talla<br />
de la Porfiria Cutánea Tarda, en la<br />
que la piel del afectado se ve muy<br />
dañada y, las personas que la<br />
padecían antiguamente, a falta de<br />
alumbrado eléctrico salían a la calle<br />
las noches de luna llena, han sido y<br />
son fuentes de inspiración para la<br />
descripción de la bestia. También la<br />
hipertricosis –una rara mutación en<br />
el cromosoma X la causa- se cuenta<br />
entre ellas. Patético es el caso de tres<br />
hermanas, Savita, Monisha, y Savitri<br />
procedentes de una aldea india,<br />
portadoras de este mal denominado<br />
para más señas síndrome de Ambras.<br />
Sus característicos síntomas otorgan<br />
a la persona rasgos de animal<br />
salvaje, ilustrándolo de forma<br />
verosímil la proliferación tupida de<br />
pelos en el rostro y el cuerpo.<br />
Una aguda ojeada a la evolución<br />
humana y su etiología propone<br />
barajar en este juego de contrastes, la<br />
posibilidad de que tal vez sea la<br />
condición salvaje, animal del hombre<br />
el manantial del que brota tan secular<br />
leyenda y su expansionismo. El<br />
planteamiento sobre dónde empieza<br />
el hombre y acaba el animal si no es<br />
al revés, es peliagudo. Para los más<br />
entregados a dicha cultura es<br />
perfectamente plausible que ambos<br />
Entes no sean más que las dos caras<br />
de la moneda.<br />
Quizá visto así se presta a cierta<br />
inquietud; encaminado parece a<br />
siniestras interpretaciones<br />
admonitorias. Pero… admitamos que<br />
multitud de doctrinas de acérrimo<br />
carácter supersticioso junto a<br />
numerosas prédicas tribales afirman<br />
y reafirman en Méjico al Nahual o<br />
brujo creyéndole capaz de<br />
convertirse en perro o lobo. También<br />
es un rasgo común de las culturas<br />
nativas el que un chamán o guerrero<br />
adopte forma y usos de animal.<br />
Mitificado está en ciertas tradiciones<br />
étnicas el coyote, llegando a ser<br />
bautizado como “caminante de la<br />
piel”.<br />
Desviando la vista a la<br />
humanidad y su impronta, se admite<br />
ciertamente sí, que la persona misma<br />
sienta la necesidad catártica de creer<br />
en un hombre lobo como parte de su<br />
idiosincrasia, latente o manifiesto,<br />
levantando así su propio Etemenanki<br />
imaginario; entra como posibilidad<br />
que lo de esta criatura sea una huida<br />
del Ser hacia ningún sitio. Y que<br />
resbalando en el espejismo de la<br />
locura tope con el laberinto de su<br />
propio infortunio, donde nadie le<br />
tenderá un hilo porque no hay quien<br />
se enamore de él. ¿Alimenta de ese<br />
modo a la bestia que,<br />
hipotéticamente lleva dentro? Claro<br />
que puede ser que el subconsciente<br />
humano invente y reinvente la gesta<br />
licantrópica engañando al<br />
consciente para su propio sustento<br />
imaginario. Engrasa a la par, una<br />
constante –la constante imaginaria-<br />
que le devuelve por momentos a sus<br />
primitivos orígenes toscos. Al fin y<br />
al cabo, ya lo dijo Goya: “El sueño<br />
de la razón produce monstruos.<br />
marzo- abril, 2012 # 117 Revista Digital miNatura 90