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Ilusiones perdidas

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dudo —exclamó la bella E ve, arrodillá ndose ante su<br />

marido—. Pero veo la razó n que tenıás en guardar<br />

el silencio más profundo acerca de tus ensayos y tus<br />

experiencias. Sí, amor mío, los inventores tienen que<br />

callar la penosa elaboració n de su gloria a todo el<br />

mundo, incluso a sus mujeres... Una mujer siempre<br />

es una mujer. Tu E ve no ha podido contener una<br />

sonrisa al oı́rte decir: ¡Ya lo tengo!, por<br />

decimoséptima vez en un mes.<br />

David se echó a reı́r tan francamente de sı́ mismo,<br />

que E ve tomó su mano y se la besó santamente. Fue<br />

un momento delicioso, una de esas rosas de amor y<br />

de ternura que lorecen al borde de los caminos<br />

má s á ridos de la miseria y algunas veces en el fondo<br />

de los precipicios.<br />

E ve redobló su energıá al ver có mo la desgracia<br />

redoblaba su furia. La grandeza de su marido, su<br />

ingenuidad de inventor, las lá grimas que algunas<br />

veces sorprendió en los ojos de este hombre de<br />

corazó n y poesıá, todo ello desarrolló en su interior<br />

una fuerza insospechada. Una vez má s recurrió al<br />

medio que tan buen resultado le habıá dado otras

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