Ilusiones perdidas

casa, atormentado por deudas que no son las mıás...
Sı́, he luchado pacientemente hasta que mis fuerzas
se han agotado. Tal vez me debe un auxilio... pero
no piense en mı́, ¡vea a una mujer y un niñ o
pequeñ o!... —en ese punto, David no pudo reprimir
sus lá grimas—, y présteles su ayuda y protecció n.
¿Va a ser menos que Marion y Kolb, que me han
dado sus ahorros? —exclamó el hijo, al ver a su
padre frío como el mármol de una prensa.
—¿Y eso no te ha bastado...? —exclamó el viejo, sin
experimentar la menor vergü enza—. Pero si tú
devorarıás Francia entera... ¡Buenas noches! Soy
demasiado ignorante para entrometerme en
explotaciones en las que el ú nico explotado serıá yo
mismo. El mono no se comerá al oso —dijo,
haciendo alusió n a su apodo de taller—. Soy
viñ ador y no banquero... Y, ademá s, ya sabes, los
negocios entre padre e hijo van siempre mal.
Comamos, vamos, ¡no dirás que no te doy nada!...
David era uno de esos seres de gran corazó n que
pueden sepultar en él sus sufrimientos, de forma
que constituyen un secreto para los que le son