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Ilusiones perdidas

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ha creado unos enemigos tanto má s poderosos<br />

cuanto que le eran má s favorables. Lo que en un<br />

enemigo parece natural, es tremendo en un amigo.<br />

—Pero, ¿es usted un niñ o, mi querido amigo? —<br />

dijo Des Lupeaulx—. Me ha puesto en un<br />

compromiso. Las señ oras de Espard y de Bargeton<br />

y la señ ora de Montcornet, que respondıán de usted<br />

deben estar furiosas. El duque ha debido hacer caer<br />

su có lera sobre la marquesa y la marquesa ha<br />

debido reñir a su prima. ¡No vaya allí! ¡Espere!<br />

—¡Aquı́ llega Su Excelencia! ¡Salga! —dijo el<br />

secretario general.<br />

Lucien se encontró en la plaza Vendó me, aturdido<br />

como un hombre al que acaban de dar un mazazo<br />

en la cabeza. Regresó a pie por los bulevares,<br />

tratando de juzgarse. Se vio convertido en el juguete<br />

de hombres envidiosos, á vidos y péridos. ¿Quién<br />

era en aquel mundo de ambiciones? Un niñ o que<br />

corrıá tras los placeres y el disfrute de la vanidad,<br />

sacriicá ndoselo todo; un poeta sin relexió n<br />

profunda, yendo de luz en luz como una mariposa,

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