Ilusiones perdidas

que le valió una desaprobadora mirada de
Zéphirine.
—Pero dı́ganos de una vez lo que ha pasado
exactamente —se pidió a Stanislas, formando un
comité secreto en un rincón del salón.
Stanislas habıá terminado por componer un
cuentecito lleno de indecencias y lo acompañ aba de
gestos y poses que agrababán aún más la cosa.
—Es increíble —repetían.
—A mediodía —decía una.
—Nais es la ú ltima persona de la que yo hubiese
tenido la menor sospecha.
—¿Qué va a hacer ahora?
Luego, comentarios e ininitas suposiciones... Dú
Châ telet defendıá a la señ ora de Bargeton, pero la
defendıá tan torpemente que atizaba aú n má s el
fuego del comadreo en lugar de apagarlo. Lili,
desolada con la caı́da del má s bello á ngel del olimpo
angulemino, se fue toda llorosa a llevar la noticia al