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Ilusiones perdidas

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Lucien, que estaba anhelante por aliarse con<br />

aquellos temibles aves de presa.<br />

Lousteau envió a buscar un cabriolé y los dos<br />

amigos fueron a la calle Mandar, donde vivıá<br />

Vernou en una casa con pasadizo en la que ocupaba<br />

un piso de la segunda planta. Lucien se extrañ ó<br />

enormemente al ver a este crı́tico acerbo,<br />

desdeñ oso y grave en un comedor de la mayor<br />

vulgaridad, cubierto con un papel enladrillado, con<br />

manchas de moho por todas partes, adornado con<br />

grabados al aguatinta, en marcos dorados, y<br />

sentado a la mesa con una mujer demasiado fea<br />

para que no fuese legı́tima y con dos niñ os de corta<br />

edad encaramados en sillas altas, de estribos<br />

elevados y cerradas por una barra de madera que<br />

permitıá sujetar a aquellos bribonzuelos.<br />

Sorprendido en una bata confeccionada con los<br />

restos de un vestido de indiana de su mujer, Félicien<br />

tenía un aire poco amable y contento.<br />

—¿Has desayunado, Lousteau? —preguntó ,<br />

ofreciendo una silla a Lucien.

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