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Ilusiones perdidas

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sobrepasaba lo que Lucien habıá admirado ya en<br />

casa de Florine. Coralie estaba de pie. Para<br />

interpretar su papel de andaluza tenıá que estar en<br />

el teatro a las siete. Aú n habıá tenido tiempo de<br />

contemplar a su poeta dormido en el placer, se<br />

habıá embriagado sin poder saciarse de este noble<br />

amor, que reunıá los sentidos al corazó n y el<br />

corazó n a los sentidos, para exaltarlos al unı́sono.<br />

Esta divinizació n que permite ser dos aquı́ abajo<br />

para sentir, y uno só lo en el cielo para amar, era su<br />

absolució n. Ademá s, ¿a quién no hubiese servido de<br />

excusa la sobrehumana belleza de Lucien?<br />

Arrodillada en aquel lecho, feliz por el amor en sı́<br />

mismo, la actriz se sentıá santiicada. Aquellas<br />

delicias fueron turbadas por Bérénice.<br />

—Está Camusot. Sabe que estás aquí —exclamó.<br />

Lucien se incorporó , pensando con innata<br />

generosidad en no perjudicar a Coralie. Bérénice<br />

alzó una cortina. Lucien entró en un delicioso<br />

cuarto de bañ o, adonde Bérénice y su ama llevaron<br />

con inusitada presteza las ropas de Lucien. Cuando<br />

el negociante apareció , las botas de Lucien llamaron

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