Ilusiones perdidas

Coralie le hizo tragar varias tazas de té y luego le
dejó durmiendo.
—Ni la portera ni nadie nos ha visto —dijo Coralie.
—No, yo la esperaba.
—Victoire no sabe nada.
—Generalmente no —repuso Bérénice.
Diez horas má s tarde, a eso del mediodıá, Lucien se
despertó ante los ojos de Coralie, quien le habıá
estado contemplando mientras dormıá. El poeta
comprendió eso. La actriz conservaba aú n su bello
vestido, abominablemente sucio y del que iba a
hacer una reliquia. Lucien reconoció los sacriicios,
delicadezas del verdadero amor, que esperaba su
recompensa; miró a Coralie. Coralie se desnudó en
un abrir y cerrar de ojos y se deslizó como una
culebra junto a Lucien. A las cinco, el poeta dormıá
arrullado por divinas voluptuosidades; habıá
vislumbrado la habitació n de la artista, una
encantadora creació n del lujo, toda blanca y rosa,
un mundo de maravillas y coqueterıá que