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Ilusiones perdidas

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aconsejaba pedir limosna para enterrar a su amante<br />

o ir a echarse a los pies de la marquesa de Espard,<br />

el conde du Châ telet, la señ ora de Bargeton, la<br />

señ orita Des Touches o el terrible dandy De<br />

Marsay: no se sentıá ya orgulloso ni animado. Por<br />

tener un poco de dinero, ¡se hubiese enrolado en la<br />

milicia! Caminó con aquel aspecto descompuesto y<br />

desmoronado que los desgraciados conocen hasta<br />

la residencia de Camille Maupin, en donde entró , sin<br />

tener en cuenta el desorden de su ropa, y rogó que<br />

le recibiera.<br />

—La señ orita se ha acostado a las tres de la<br />

mañ ana y nadie se atreverıá a entrar en su<br />

habitació n antes de que ella llame —dijo el criado.<br />

—¿Cuándo le llama? —Nunca antes de las diez.<br />

Lucien escribió entonces una de esas cartas<br />

espantosas en las que los pordioseros elegantes<br />

recurren a todo. Una tarde habıá puesto en duda la<br />

posibilidad de este modo de rebajarse, cuando<br />

Lousteau le hablaba de las solicitudes hechas por<br />

los jó venes talentos a Finot, y su pluma le llevaba<br />

má s allá tal vez de los lı́mites en los que el

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