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—¿Le di?<br />
—No.<br />
Luego el golpe seco que estremeció la lancha, la<br />
mirada asustada <strong>del</strong> motorista, mi miedo devuelto<br />
por la cara <strong>del</strong> teniente.<br />
—Lo pelaste, güevón ¿y ahora?<br />
—Ahora aprieta ese culo. Es él o nosotros —<br />
mientras el animal continuaba contra el costado de<br />
la voladora y el gordo disparaba con desespero hacia<br />
el celaje, los pelos, el remolino, la amenaza.<br />
Pensé si merecíamos esa muerte. Detesté la escasa<br />
puntería de los efectivos de nuestro ejército. Deseé<br />
que en el último momento el bicho se ensañara<br />
con la carne abundante de su asesino.<br />
Un grito ronco con el último disparo. El oso irguió<br />
la mistad <strong>del</strong> cuerpo y miró asombrado el otro<br />
cielo en el reflejo <strong>del</strong> río. Otro grito: la agonía, y se<br />
volteó de lado como quien busca descanso; la sangre<br />
oscura manaba de su nariz. Lo halamos por la cola<br />
hasta un banco de arenas blancas, aún no tragado<br />
por las aguas. Entre los tres lo sacamos a la orilla.<br />
Era alto y grueso como un ídolo. El motorista lo<br />
abrió en canal y salió humo de sus vísceras.<br />
—Carne, doctor; olvídese <strong>del</strong> diablito por unos<br />
días —dijo el teniente con burla, extasiado por su<br />
victoria.<br />
Como dueño de la embarcación, me correspon-<br />
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