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con la tenacidad de un alpinista. Insulto, pausa, insulto,<br />
pausa, como en clave morse. Parecía una sacerdotisa<br />
que inventaba una nueva religión y estaba<br />
desentrañando los códigos dictados por una fuerza<br />
superior.<br />
—Cobarde. Egoísta. Cínico. Cabrón. Hijo de<br />
puta. Coño de tu madre. Maldito. Mal parido. Parásito.<br />
Mierda. Maricón. Pelele. Mediocre. Cagón.<br />
Acomplejado. Mojón. Bruto. Maracucho. Pendejo.<br />
Hijo de la grandísima puta.<br />
Cuando empezó a repetirse, ya yo estaba convenientemente<br />
vestido. Intenté despedirme pero<br />
ella continuaba cantando la misma canción: cínico,<br />
cobarde, etcétera. Salí <strong>del</strong> apartamento pensando<br />
que Irene estaba un poco loca. Afuera ya no llovía.<br />
Tomé un poco de barro con el que embadurné las<br />
botas y los pantalones y abrí el tanque de gasolina<br />
para borrar de mis manos el olor <strong>del</strong> sexo de Irene<br />
que se me había incrustado como un recuerdo. <strong>La</strong><br />
gente comenzaba a salir a las calles y recorría las<br />
tiendas con remordimiento. Yo seguía envuelto en<br />
una bruma leve, extrañamente ingrávido, las manos<br />
me brillaban, traslúcidas, sin temblor alguno, lo<br />
cual era muy raro a esa hora. Decidí que no iría al<br />
hospital en varios días. Los héroes merecemos algo<br />
de descanso. Creo haber hecho algo por el prójimo<br />
cuando deseé con fervor que a la mañana siguiente<br />
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