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ecerro asustado, no pude dejar de fijarme en sus<br />
nalgas lechosas por las que se asomaban unos pelitos<br />
tristes. Puyi, el voyeurista, seguía todo desde su<br />
frasco labrado. El gerente, apenado, se medio vistió<br />
y salió, no sin antes intentar una disculpa. Martha,<br />
desde la cama, me lanzó una mirada vidriosa; jadeaba,<br />
en esos sonidos líquidos no alcancé a notar<br />
una sombra de disculpa.<br />
—Bueno, Heri —dijo cuando recuperó el aliento—<br />
es mejor así para todos.<br />
Casi parecía un slogan, el lema de campaña de<br />
un candidato derrotado: «Lo mejor para todos».<br />
«Así es mejor. Para todos».<br />
No aguanté. Con rabia agarré el frasco desde<br />
donde Puyi expresó su alarma extrema incluso antes<br />
de que Martha se percatara de mi intención.<br />
Corrí al baño con el frasco en mi regazo, desde la<br />
habitación se escuchaban los gritos de Martha que,<br />
desesperada, buscaba cubrirse para alcanzarme y<br />
detenerme (qué pudorosa se había vuelto ahora que<br />
me odiaba, antes me encantaba ver desde la cama<br />
su culo alejarse cuando iba a la cocina por un vaso<br />
de agua). No llegó a tiempo, cuando entró, ya había<br />
arrojado a Puyi a la poceta y accionado el bajante.<br />
Hizo unas breves piruetas de carrusel de feria y<br />
desapareció en el agujero negro. Martha empezó a<br />
gritar como una loca, intentó golpearme y arañar-<br />
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