su afán sensacionalista, y al airearse en los Estados Unidos por la Prensa ante la opinión pública lo que acabó llamándose “el affaire <strong>de</strong> los generales”, el jefe <strong>de</strong> Estado Mayor hubo <strong>de</strong> ser apartado por el nuevo Gobierno, y el objetivo que otros perseguían, conseguido. El general, sin duda, seguirá <strong>de</strong>fendiéndose, pero su voz quedará sepultada bajo el manto <strong>de</strong>l silencio con que la encubrirá <strong>las</strong> consignas <strong>de</strong> <strong>las</strong> logias. He aquí cómo los crímenes y <strong>las</strong> persecuciones masónicas no son exclusivas <strong>de</strong> una nación, sino, por esencia, universales, aunque su utilidad suele <strong>de</strong>pen<strong>de</strong>r <strong>de</strong>l grado <strong>de</strong> necesidad y <strong>de</strong>l clima moral <strong>de</strong>l país en que se realizan.
HISTORIA MASÓNICA 2 <strong>de</strong> abril <strong>de</strong> 1950 DISCUTEN nuestros historiadores cuál ha sido el año <strong>de</strong> la introducción <strong>de</strong> la masonería en nuestro país, y registran en el primer tercio <strong>de</strong>l siglo XVIII la presencia en una reunión internacional <strong>de</strong> un <strong>de</strong>terminado individuo en representación <strong>de</strong> una logia <strong>de</strong> Madrid. Sin embargo, la investigación histórica permite aclarar que la masonería fué introducida en España en el año 1728 por Felipe Wharton, primero y último duque <strong>de</strong> Wharton, que, exilado <strong>de</strong> su país, se puso en España al servicio <strong>de</strong> los Borbones. Dos libros, escritos en Inglaterra, compilan la vida azarosa <strong>de</strong> este gran personaje, en el fondo un aventurero sin escrúpulos: The Life and Writings of Phillip late Duke of Wharton, Londres, 1732, y otro titulado Phillip Duke of Wharton, en 1913. Según sus historiadores, era encantador, <strong>de</strong> arrogante figura, cabellos rubios, que le caían en gran<strong>de</strong>s rizos sobre los hombros; ojos azules, mirada altanera, que por su bella estampa le hacían cautivador <strong>de</strong> <strong>las</strong> mujeres y que por su generosidad, elocuencia y erudición le convirtieron en el arquetipo <strong>de</strong> la sociedad <strong>de</strong> los primeros años <strong>de</strong>l siglo XVIIl. El reverso <strong>de</strong> la medalla estaba constituido por sus gran<strong>de</strong>s <strong>de</strong>fectos: su ambición sin límites, su cinismo y su afición a la bebida que le arrastraban a la <strong>de</strong>slealtad y al libertinaje. Un retrato curioso <strong>de</strong> la época que llega a nuestras manos pue<strong>de</strong> satisfacer la curiosidad <strong>de</strong> esta figura, que encierra la carrera más rápida que hombre alguno haya podido hacer en la historia <strong>de</strong> Inglaterra, y que pobre y exilado fué a morir entre los monjes <strong>de</strong> un convento, acogiéndose a última hora a <strong>las</strong> oraciones <strong>de</strong> la Iglesia católica. Su abuelo fué el cuarto barón <strong>de</strong> Wharton, distinguiéndole los historiadores —sin duda esto <strong>de</strong>bía <strong>de</strong> tener en aquella época gran importancia—— por <strong>las</strong> más bel<strong>las</strong> pantorril<strong>las</strong> <strong>de</strong> Inglaterra. A fuerza <strong>de</strong> inteligencia y habilidad había amasado una sólida fortuna. “Combatió a Carlos I sin comprometerse, favoreció a Cromwell sin servirle, sirvió a Carlos II sin serle fiel”, dicen respecto a él los historiadores. Su hijo Tomás Wharton, padre <strong>de</strong> nuestro sujeto. fué uno <strong>de</strong> los primeros instigadores <strong>de</strong> la revolución <strong>de</strong> 1688, acusándosele <strong>de</strong> ser un “presbiteriano ateo”, maestro <strong>de</strong>l arte <strong>de</strong> la corrupción y <strong>de</strong> la mentira, quien sostenía con cinismo “que una mentira aceptada valía tanto como la verdad”. Por los cauces <strong>de</strong> la política y <strong>de</strong> la revolución había ganado dinero y gloria y hasta los honores <strong>de</strong> ser el primer marqués <strong>de</strong> Wharton y <strong>de</strong>l Malmesbury. Con tales antecesores no es extraño que el nieto llegase a sobrepasar a sus progenitores. El nacimiento <strong>de</strong> Felipe Wharton constituyó uno <strong>de</strong> los acontecimientos aristocráticos <strong>de</strong> la Inglaterra <strong>de</strong>l 1698. Apadrinado por Guillermo III y la que más tar<strong>de</strong> habla <strong>de</strong> ser la Reina Ana, le fué concedido al nacer el título <strong>de</strong> vizcon<strong>de</strong> Winchendon. A su formación <strong>de</strong>dicó su padre el marqués todos sus <strong>de</strong>svelos, y los clásicos, <strong>las</strong> Ciencias Exactas y la elocuencia política no tuvieron secretos para el adolescente. Al quererle apartar <strong>de</strong> <strong>las</strong> seducciones <strong>de</strong>l catolicismo se le llevó a caer en el más gran<strong>de</strong> <strong>de</strong> los <strong>de</strong>senfados. A los diecisiete años se casó, en contra <strong>de</strong> la voluntad paterna, con una sencilla muchacha que, aunque bella, inteligente y buena, tenía para el orgulloso marqués la tacha imperdonable <strong>de</strong> ser hija <strong>de</strong> un mayor general sin bienes <strong>de</strong> fortuna. Esta contrariedad, que <strong>de</strong>rrumbaba
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