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tuvieron que sostener esos diez hombres hasta que llegaron al
punto en que se encontraban los náufragos, ganando al remo
contra un viento huracanado y un mar horrible, sin que por
un momento se les viese desmayar, es digna sin duda de un
premio de consideración, pero nada es comparable con la serenidad,
arrojo, sangre fría e inteligencia que demostraron.
Solventaron aquellos infelices entre las rompientes de la Zurriola,
sostenidos aún por los fragmentos a que se hallaban
Jose María Zubia salvó la
vida a muchos náufragos, lo
que hizo que le concidieran la
Gran Cruz de Beneficiencia.
agarrados, no desistió por ello el ánimo del patrón “Mari” y
sus nueve marineros.
Se metió tras los náufragos en las rompientes, y durante media
hora de agonía y angustia en que se encontraban las infinitas
personas que presenciaban aquel alto ejemplo de humanidad,
no se le vio una vez siquiera retroceder ante la inmensidad
del peligro en que se hallaba, hasta que consiguió
meter en su lancha a aquellos tres desgraciados, falleciendo
uno de ellos al regreso de la chalupa a este puerto”.
Al bravo pescador y a sus voluntarios se les concedió la
Gran Cruz de Beneficencia de la Marina. Su acto heroico
sirvió para que las autoridades del Cantábrico se
decidieran a crear el Cuerpo de Voluntarios para el Salvamento
Marítimo.
Sin embargo, “Aita Mari” no pudo ver este logro. Casi
cinco años más tarde, el 9 de enero de 1866, se desató
otra horrible galerna en el Cantábrico. Una “txalupa”
de Getaria trataba de buscar refugio en la bahía donos-
tiarra para librarse de las consecuencias de la tempestad.
Finalmente naufragó y la tripulación cayó al mar.
Sin pensárselo dos veces, Zubía repitió hazaña partiendo
con su embarcación en busca de los supervivientes. Numeroso
público, congregado en la orilla, presenció cómo
el abnegado marino fue rescatándolos uno a uno.
Todo parecía que iba bien, pero le sorprendió un fuerte
golpe de mar que le arrastró desapareciendo para siempre.
“Aita Mari”, a costa de su propio sacrificio, entraba
así en la leyenda. Sus hazañas corrieron de boca en
boca y la copla cantó su odisea: “Miradles bien, miradles
bien. Son 38 llevando la arboleda”.
Reconociendo el sacrificio
reportaje
Posiblemente José María Zubía siempre tuvo presente
que, cumplido el tiempo, el mejor lugar de descanso para
su cuerpo estaba allí, en el fondo del mar, frente al
puerto donostiarra. De ahí que, en su día y en justo reconocimiento,
se le entregó a un sobrino un busto realizado
por el escultor mallorquín Matheu. La obra fue
donada a su vez al municipio de Zumaya que lo colocó
en un chaflán de las escuelas de la localidad para que
jamás quedara en olvido la efigie del abnegado marino.
Por su parte, el monumento portuario donostiarra data
de 1900. A duras penas, bajo el busto del héroe, se puede
leer esta inscripción: “¡Mari! Uriakalduak salbatu nayaz
eman zenduben biziya, ta gaur daukazu, goitalchatuaz
obiz Itsaso aundiya: ¡Lo egin zazu baga zoñuak… O gizon
maitagarriya! Onraturikan zure gloriyaz Donosti eta kantauriya”
(“¡Mari! Dio usted su vida queriendo salvar a
los náufragos, y hoy tiene, ensalzado, como su tumba el
gran mar: Duerma con el sonido de las olas profundas…
Oh, hombre adorable: Honradas con su gloria San Sebastián
y el Cantábrico”).
Del arraigo popular que a lo largo de dos siglos ha tenido
la figura de “Aita Mari” son buena prueba las calles
que tiene dedicadas tanto en Zumaya como en San
Sebastián y las nominaciones que se han dado tanto a
organizaciones populares como a establecimientos privados.
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