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Descargar PDF - Museo Gustavo de Maeztu

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tiene su ánimo como el aceite la luz <strong>de</strong> la lamparilla. El nuevo ambiente y la vida social<br />

empiezan a influir en su Arte, adquiriendo sus últimas producciones una modalidad<br />

distinta como medio <strong>de</strong> expresión <strong>de</strong> sus diversas preocupaciones.<br />

Después, al atar<strong>de</strong>cer, a la hora <strong>de</strong>l crepúsculo, su camisa impecable se <strong>de</strong>staca<br />

en el fondo <strong>de</strong> un taxi, que se mezcla entre la corriente, entre el tráfico enorme <strong>de</strong> vehículos<br />

en dirección a la City, a Cavendish Square. En el Club escribe dos cartas, para<br />

dos mujeres, en una pone toda su pasión <strong>de</strong> enamorado y en la otra vierte lo mejor <strong>de</strong><br />

la literatura <strong>de</strong> sus veinte años <strong>de</strong> escritor folletinista, mientras Londres va encendiendo<br />

sus millones <strong>de</strong> luces y el optimismo <strong>de</strong> <strong>Gustavo</strong> lo inunda todo.<br />

¡Hoy cena con Alejo Sota, en el Royal! Alejo con la sonrisa en los labios y el último<br />

número <strong>de</strong> Hermes bajo el brazo, acaba <strong>de</strong> entrar en el clásico restaurant, y <strong>Gustavo</strong><br />

con este motivo besa la copa emocionado, ya por novena vez, mientras esperaba,<br />

y por otros muy diversos motivos. Y estos dos extranjeros afectuosos comen, charlan,<br />

ríen, se abrazan entre plato y plato y luego vuelven a beber. Parece que en el fondo<br />

<strong>de</strong>l cristal <strong>de</strong> sus copas preten<strong>de</strong>n buscar la felicidad que les circunda. Luego, llega<br />

la hora <strong>de</strong> las íntimas confi<strong>de</strong>ncias. Alejo ya se ha enjugado cuatro o cinco veces las<br />

lágrimas. Quiere cantar una canción bilbaína, pero en su garganta se ahogan las notas<br />

entre suspiros y sollozos. <strong>Gustavo</strong> canta como un riojano <strong>de</strong> mal oído y Alejo llora<br />

<strong>de</strong> risa.<br />

La efusión se ha <strong>de</strong>sbordado, y las copas <strong>de</strong> los dos extranjeros están en alto; ya<br />

en el Royal, no queda más que una pareja en un rincón y <strong>Gustavo</strong> brinda por su última<br />

gorda, por su amor. Luego, abrazados, <strong>Gustavo</strong> confiesa que está enamorado y llora<br />

<strong>de</strong>sconsolado, mientras unos lagrimones enormes caen en su copa, siempre vacía,<br />

que los recoge como al mejor licor.<br />

Un taxi se ha parado a las pocas horas ante un puesto ambulante <strong>de</strong> café caliente.<br />

De él se apea un extranjero envuelto en su abrigo y pi<strong>de</strong> un café. Es el amanecer.<br />

El taxi <strong>de</strong>saparece en una vuelta, y avanza entre las calles <strong>de</strong>siertas, <strong>de</strong>jando allá en<br />

el fondo la dormida City; lleva la dirección <strong>de</strong> Chelsea, como otras muchas noches, también<br />

como esta noche londinense, en que la niebla cubre a Chelsea.<br />

<br />

GUSTAVO DE MAEZTU por Estanislao M.ª <strong>de</strong> Aguirre 123

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