Nezar - LETRA SABIA - Servicios Editoriales
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Francisco Fernández<br />
CAPÍTULO XVI<br />
Nono era un hombre que, a pesar de no poder dormirse en los autobuses<br />
porque nunca hallaba una postura cómoda para ello, también se<br />
mareaba por regla general en todo lo que no fuese desplazarse sobre<br />
sus propios pies. Sin embargo, aquella noche, su cabeza estaba completamente<br />
despejada, recordando la despedida que había tenido de su familia<br />
a primeras horas de la tarde y recordando también la forma en que<br />
se alejaba el paisaje que le vio crecer y hacerse hombre. Todo ello eran<br />
pensamientos que le rondaban la cabeza. Horas después, su vista se relajaba<br />
al ver la belleza que dimanaba de la Alcazaba almeriense, coronando<br />
aquella ciudad en horas nocturnas: Un mar con infinidad de<br />
reflejos luminosos rielando en el agua. Todo le sonaba a Nono como una<br />
despedida carente de la esperanza, propia del emigrante, cuando el horizonte<br />
le abre sus puertas. Aquel adiós no albergaba en sí mismo sino la<br />
confusión de quien, con falta de un convencimiento sincero, parte a un<br />
lugar ubicado en donde el cielo y la tierra hacen su natural comunión en<br />
el infinito.<br />
Aquel lunes por la mañana, amaneció lloviendo. Era una lluvia tímida<br />
y continua que confiaba al caminante para calarlo hasta los huesos.<br />
Al salir del puerto de Melilla, el desempleado se decidió a caminar en línea<br />
recta, tal y como le había indicado un transeúnte, para llegar al polígono<br />
industrial, donde estaba ubicado el diario que requería sus<br />
servicios como redactor.<br />
Caminó durante varios kilómetros hasta que llegó a una cafetería<br />
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