Nezar - LETRA SABIA - Servicios Editoriales
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Francisco Fernández<br />
Roger. Ambos le dijeron que cuando el cáncer no se coge a tiempo, era<br />
como una sentencia de muerte. Nadie le dio a Nono esperanzas reales<br />
de que su madre se fuese a salvar.<br />
Algunos días después de que Rosa regresara a casa, la paciente<br />
había dejado de ser la misma. Rosa era incapaz de dar treinta pasos seguidos<br />
sin tener la imperativa necesidad de sentarse: le faltaba la respiración.<br />
Nono creía que la muerte de su madre sería cuestión de un mes.<br />
Creía que en diez días se sentaría y no volvería a levantarse, en otros<br />
diez días, se acostaría y no volvería a sentarse y en diez o doce días se<br />
moriría. Sin embargo, él seguía pensando en un posible procedimiento<br />
eficaz para vencer a las células cancerígenas que iban a matar a su madre.<br />
Todavía, a pesar de las circunstancias, Nono no podía admitir que<br />
estuviera tan cercana la muerte de quien le había dado la vida. Por eso,<br />
el treintañero había leído más de diez veces toda la información que la<br />
vieja biblioteca de su abuelo tenía sobre la enfermedad y los médicos no<br />
estaban equivocados: el único tratamiento posible que tenía el cáncer,<br />
dado el grado de avance que tenía en el cuerpo de Rosa, era la quimioterapia.<br />
Cuando los pensamientos deprimían demasiado el estado de ánimo<br />
del ex periodista, Nono se evadía recordando a su perrita “Blanca”.<br />
La recordaba, sacándola para hacer ejercicio con ella. La recordaba en<br />
aquellas mañanas de otoño recién llegado, inundadas de rocío las hojas<br />
de los árboles y las piedras incrustadas en las sendas que abundaban<br />
en la sierra.<br />
Blanca era una perrita de pequeño tamaño. Su pelo era corto, de<br />
color canela y sus orejas eran grandes y gachas. Tenía los ojos saltones,<br />
sus patitas eran cortas y blancas: parecían copitos de algodón y su cola<br />
en forma de arco, siempre apuntaba al cielo.<br />
Blanca corría con el nervio propio de un gazapo montés, el cánido<br />
saltaba dándoles impulso a sus cuatro patas a la vez, como si de una ca-<br />
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