Nezar - LETRA SABIA - Servicios Editoriales
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Francisco Fernández<br />
CAPÍTULO XVII<br />
Nono no fue a la cafetería aquel sábado por la mañana. Se limitó a<br />
pasear por el extenso paseo marítimo de la ciudad y se adentró en la<br />
arena de la playa para sentarse en la orilla del mar. A los pocos minutos<br />
de sentirse solo, comenzó a llorar con amargura. Una amargura que le<br />
salía del corazón y desembocaba al aire y al espacio, envuelta en un lamento<br />
triste y compungido. Aquel treintañero se había dado cuenta de<br />
que los médicos estaban engañando a su madre lo mismo que él. Ahora<br />
el cáncer hacía honor a su nombre y había llegado a la fase de “metástasis”.<br />
No cabía la menor duda. Había salido del pulmón y se le había pasado<br />
al hueso. Su madre pronto tendría la enfermedad desde los pies a la<br />
cabeza. La quimioterapia no le había hecho efecto y pronto le suministrarían<br />
morfina.<br />
Sin embargo, cuando Nono dejó de llorar, se dio cuenta que ni el<br />
dolor del hombre ni su pesar eran capaces de anular la belleza del mar,<br />
visto en soledad desde la orilla. Se sentía triste, pero la tranquilidad de<br />
ver aquella masa infinita de agua, reflejando el cielo azul lleno de nubes<br />
blancas y aquel aire con olor a sal, le relajaba y le sosegaba. Incluso después<br />
de estar allí varias horas, llegó a pensar que si nos concentramos<br />
en la belleza que hay en la naturaleza, creamos en Dios o no, no habría<br />
motivo para ser infelices.<br />
Al llegar el crepúsculo, el móvil sonó sacándolo de su ensimismamiento.<br />
– ¿Cómo estás genio?<br />
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