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Le <strong>dije</strong> adiós a <strong>las</strong> <strong>citas</strong> <strong>amorosas</strong><br />

-¿Quién es ese anciano? – Preguntó indignado - ¿Por qué continuamos pagándo<strong>le</strong><br />

año tras año? Jamás nadie lo ve. En cuanto a nosotros se refiere, este hombre no nos<br />

sirve para nada. ¡Ya no lo necesitamos! Por unanimidad el concilio votó a favor de<br />

eximir al anciano de sus servicios.<br />

Nada cambió por varias semanas. Pero a principios del otoño, <strong>las</strong> hojas comenzaron a<br />

caer de los arbo<strong>le</strong>s. Pequeñas ramas se desprendieron y cayeron en los pozos,<br />

impidiendo el fluir del agua cristalina. Una tarde, alguien notó que había un cierto<br />

color marrón – amaril<strong>le</strong>nto en el manantial. Varios días después, el agua se había<br />

oscurecido un poco más. A la semana, <strong>le</strong>ve capa de moho había cubierto algunos<br />

sectores del agua en <strong>las</strong> riberas, y un fuerte hedor emanaba del manantial. La rueda<br />

de los molinos comenzaron a girar con <strong>le</strong>ntitud; algunos finalmente se detuvieron por<br />

comp<strong>le</strong>to. Los negocios localizados cerca del agua tuvieron que cerrar. Los cisnes<br />

emigraron <strong>le</strong>jos en busca de agua fresca, y los turistas dejaron de visitar el poblado.<br />

Con el tiempo, los tentáculos de <strong>las</strong> enfermedades l<strong>le</strong>garon a lo más recóndito de la<br />

aldea.<br />

Cortos de vista y faltos de visión, el concilio del poblado disfrutaba de la bel<strong>le</strong>za del<br />

manantial, pero subestimaron la importancia de guardar su origen.<br />

Nosotros también podemos cometer el mismo error en nuestras vidas. De la misma<br />

manera que el ―guardián del Manantial‖ mantenía la pureza del agua, tú y yo somos<br />

los ―guardianes de nuestro corazón‖. Constantemente necesitamos evaluar en oración<br />

la pureza de nuestro corazón, pidiéndo<strong>le</strong> a Dios que reve<strong>le</strong> aquel<strong>las</strong> pequeñas cosas<br />

que nos contaminan. Al ir Dios revelando nuestras actitudes, anhelos y deseos<br />

errados, debemos eliminarlos de nuestro corazón.<br />

Los contaminantes<br />

¿Cuá<strong>le</strong>s son algunas de <strong>las</strong> cosas que Dios nos va a pedir que quitemos de nuestros<br />

corazones, especialmente aquel<strong>las</strong> que tienen que ver con nuestra forma de pensar<br />

acerca de <strong>las</strong> <strong>citas</strong>? Juan nos ofrece la siguiente advertencia: ―No améis al mundo, ni<br />

<strong>las</strong> cosas que están en el mundo… porque todo lo que hay en el mundo, los deseos de<br />

la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida, no proviene del Padre, sino<br />

del mundo‖ I Juan 2: 15-16. En este pasaje, Juan nos presenta tres categorías de cosas<br />

mundanas que contaminan nuestros corazones: deseos pecaminosos, la codicia, y la<br />

soberbia al compararnos con otros. ¿Las podemos aplicar a <strong>las</strong> relaciones<br />

románticas? Creo que sí. De hecho, la mayoría de <strong>las</strong> luchas en nuestras relaciones<br />

involucra el anhelar lo que no debemos anhelar, codiciar lo que Dios ha prohibido, o<br />

quejarnos por lo que no tenemos. Estos ―contaminantes‖ se manifiestan<br />

especialmente en <strong>las</strong> relaciones como encaprichamiento, <strong>las</strong>civia y autocompasión. La<br />

examinaremos más cerca.<br />

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