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Descargar pdf - Crónicas de la Emigración

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<strong>de</strong> <strong>la</strong>s manos y me or<strong>de</strong>nó ir a buscar mis pertenencias. Todos nos<br />

mirábamos entre sorprendidos, alegres y tristes; casi no había<br />

comentarios. Es que en otras épocas, y en <strong>la</strong> nuestra también,<br />

esas salidas podían significar <strong>la</strong> vida y <strong>la</strong> libertad, o el tras<strong>la</strong>do y<br />

<strong>la</strong> <strong>de</strong>saparición. Todos los compañeros se pusieron en fi<strong>la</strong> en el<br />

corredor <strong>de</strong> `Pecera´ para <strong>de</strong>spedirnos; sin hab<strong>la</strong>r y llevando<br />

nuestras escasas y valiosas pertenencias fuimos saludando a<br />

todos y cada uno, con besos y los ojos llenos <strong>de</strong> lágrimas. Las<br />

pa<strong>la</strong>bras que nos dijimos eran <strong>de</strong> alegría mezc<strong>la</strong>das con tristeza<br />

porque nosotros partíamos pero el resto se quedaba. Sólo recuerdo<br />

que a cada uno, con el beso le <strong>de</strong>seé suerte. Al mes nos or<strong>de</strong>naron<br />

volver porque estábamos contro<strong>la</strong>dos <strong>de</strong> manera telefónica<br />

y quizás con seguimiento. Nos <strong>de</strong>volvieron los documentos,<br />

nos hicieron algunas preguntas, y también nos dieron consejos<br />

aunque sólo recuerdo que al oficial que estaba a cargo le pedimos<br />

ver a los otros compañeros, a los <strong>de</strong> Capucha y Pecera. Únicamente<br />

nos permitieron, acompañados <strong>de</strong> un guardia y vendas<br />

en los ojos, subir a Pecera; íbamos contentos y emocionados <strong>de</strong><br />

volver a verlos y <strong>de</strong>jarles cigarrillos y golosinas”.<br />

Pero cuando entramos en el sector Pecera estaba casi <strong>de</strong>sierto.<br />

La imagen aún hoy nos golpea y duele mucho. ¿Dón<strong>de</strong><br />

estaban los que faltaban? No pu<strong>de</strong> imaginar que estuvieran en<br />

sus casas. Los pocos compañeros que se encontraban allí nos<br />

contaron que, pocos días <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> irnos nosotros, los habían<br />

<strong>de</strong>vuelto a Capucha con <strong>la</strong>s esposas en <strong>la</strong>s manos y los grilletes<br />

en los pies. La respuesta es que corría el mes <strong>de</strong> febrero<br />

y en ese período los oficiales hacían reuniones don<strong>de</strong> se votaba<br />

el <strong>de</strong>stino <strong>de</strong> cada uno <strong>de</strong> los secuestrados.<br />

Nuestro grupo fue liberado. El grupo Vil<strong>la</strong>flor había retornado<br />

a Capucha. Alguien nos comentó ante nuestro estupor y<br />

amargura que <strong>la</strong> gallega se ´encapuchó´ y no quiso hab<strong>la</strong>r con<br />

nadie más. Sabíamos, por experiencia personal, que cuando el<br />

<strong>de</strong>sánimo ataca <strong>la</strong> capucha era un refugio perverso pero íntimo<br />

para llorar y <strong>de</strong>sahogar toda <strong>la</strong> angustia.<br />

La gallega no aceptó, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> ese día, ningún cigarrillo<br />

<strong>de</strong> los guardias ni <strong>la</strong> voz falsa <strong>de</strong>l sosiego <strong>de</strong> ningún marino. No<br />

po<strong>de</strong>mos imaginar lo que sintió, pensó y sufrió, mas sí po<strong>de</strong>mos<br />

imaginar y estar convencidos <strong>de</strong> que le sobraba dignidad y fortaleza.<br />

También po<strong>de</strong>mos asegurar que, si tuvo oportunidad<br />

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