abr.-jun. 1968 - Publicaciones Periódicas del Uruguay
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21 Aguardemos así, obedíentes y sín más<br />
22 remedio, la vuelta, el desagravio<br />
23 de los mayores siempre <strong>del</strong>anteros<br />
24 dejándonos en casa a los pequeños,<br />
25 como si también nosotros<br />
26 no pudiésemos partir.<br />
27 Aguedita, Nativa, Miguel?<br />
28 Llamo, busco al tanteo en la oscuridad.<br />
29 No me vayan a ver dejado solo,<br />
30 y el único recluso sea yo.<br />
P. C. pp. 84-85.<br />
Quisiera prevenir que no se entienda esta<br />
pieza como poesía infantil. En ella Vallejo se<br />
apoya en la infancia, sí, pero para trascenderla<br />
en un símbolo. El poeta, adulto, nos retrae a<br />
la niñez a fin de explorar al hombre Vallejo.<br />
En segundo lugar, recuérdese la característica<br />
de temporalidad que atribuímos a Trilce, véase<br />
<strong>jun</strong>to a la superposición de edades, que es una<br />
marca de aquello, el decantamiento de la angustia<br />
que se desgaja de la tardanza,.de la hora<br />
y el temor a la sombra. Desde el sexto verso<br />
al vigésimocuarto, presenciamos un horizonte de<br />
acontecimientos que se definen por la duración,<br />
sucesiva o simultánea, ya en virtud de formas<br />
gramaticales, ya en virtud <strong>del</strong> estrado semántico;<br />
así mismo, vemos un intento por confinar<br />
el espacio, el aquí, encarándolo con el tiempo:<br />
dijo, no demoraría. Pero además nos conmueve<br />
el renunciamiento, la resignación que se aviene<br />
al imperio de los hechos: "Aguardemos así, obedientes<br />
y sin más/remedio, la vuelta", es decir,<br />
el desagravio, desagravio ganado por el sufrimiento,<br />
por la turbación que causa el atravesar<br />
por la experiencia <strong>del</strong> desamparo. El que se va,<br />
el que se marcha origina el dolor, fomenta la<br />
desazón <strong>del</strong> que se queda, es cierto¡ pero la<br />
fuente genuina <strong>del</strong> dolor está en el "partir", en<br />
el causar ausencia, en el ya no estar "en presencia".<br />
Por eso, los versos 25 y 26 resuenan<br />
con un eco de desquite virtual, no empece la<br />
edad, no empece el apego a quienes amamos.<br />
Las preguntas "¿A qué hora volverán?", y "Aguedita,<br />
Nativa, Miguel?" no hallan respuesta, y de<br />
ese modo relievan la espera impaciente, acucian<br />
el espanto. La comprobación es súbita: la<br />
orfandad anímica enseñorea en la conciencia<br />
<strong>del</strong> desesperado. Los versos finales proyectan su<br />
oscuridad sobre el desasosiego creciente, y en<br />
ese enceguecimiento, por paradoja, se hace la<br />
luz y resplandece la verdad: el solitario se<br />
transforma en recluso, en extrañado. "Los mayores,<br />
siempre <strong>del</strong>anteros" se han marchado de<br />
casa, quizá si también de la vida. Al desvanecerse<br />
el correlato de la projimidad, <strong>del</strong> amparo<br />
afectivo, la vida, la <strong>del</strong> solitario, se asemeja a<br />
la cárcel, a la condena y subsecuente privación<br />
<strong>del</strong> amor.<br />
y bien, si tornamos los ojos a la lección global<br />
que extrajimos de Trilce (a pesar de haber<br />
escogido en su tipo, una poesía de las menos<br />
complejas y, en apariencia, puramente narrativa),<br />
se nos devela la construcción de un desarrollo<br />
poético gozando sobre un punto de equilibrio<br />
que asocia el hogar y la ausencia, pero no<br />
ya como medida de la frustración personal,<br />
aquella que asomaba en el recuerdo y se inclinaba<br />
para avizorar los bienes perdidos, sino como<br />
una instancia equivalente al desajuste pleno <strong>del</strong><br />
vivir en el con-vivir. Como una desarticu'ar;ión<br />
incesante frente a la realidad y los seres, que<br />
ni siquiera amaina en el engaño, al refug¡Rrse<br />
el poeta en el pasado, pues la dinámica <strong>del</strong><br />
tiempo, tolerando las sustituciones de edad, el<br />
trastorno de las épocas, subraya insistentemente<br />
la discordia que enturbia la objetivación de<br />
esos factores. Sentencia así la proscripción <strong>del</strong><br />
hombre, deshallado en su morada, y realza el<br />
absurdo de habitar en el linde de los tiempos,<br />
no ya como una aventura existencial, como un<br />
vértigo alucinado, sino más bien como una requisitoria<br />
esencial, que, por desoladora, acaba<br />
conduciendo las interrogantes <strong>del</strong> destino hasta<br />
un individualismo nutrido por la certeza <strong>del</strong><br />
absurdo, y por la inoperancia de un encuentro<br />
redentor. Nada existe más allá <strong>del</strong> yo mutilado,<br />
cercenado, desdoblado. Si en Los Heraldos Negros<br />
el adulto regresa a la casa y reconstruye<br />
el pesar que produjo su partida a los padres,<br />
y es una razón espiritual la que anima su retorno,<br />
en Trilce la infancia arrebata al adulto y<br />
lo confirma en su ineptitud para escapar hasta<br />
un reencuentro afectivo o matafísico. Más no<br />
es el destino como acontecer exterior¡ es la<br />
esencia, el ser mismo, el que yace subyugado<br />
a la antinomía destructiva de la "partida" y el<br />
"regreso", <strong>del</strong> "alejamiento" y el "reencuentro"¡<br />
y el que sucumbe en su anhelo de recomponer<br />
la unidad <strong>del</strong> amor, <strong>del</strong> vivir, <strong>del</strong> trascender<br />
hacia alguna perfección accesible.<br />
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