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abr.-jun. 1968 - Publicaciones Periódicas del Uruguay

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de sus ojos. Iba a reiterar la pregunta<br />

cuando ella comenzó a levantarse; lo hacía<br />

con dificultad: sacudiendo la carne hinchada<br />

y malicienta.<br />

-Tal vez pueda prepararle un par de<br />

huevos, si es que las gallinas no dejaron<br />

de poner con la borrasca.<br />

La miró atravesar el p:rtio hacia los nidos<br />

y regresó al comedor; abanicó el aire<br />

para espantar los moscos de la mesa y entretenido<br />

con los ruidos que llegaban de<br />

la cocina, esperó que le trajeran de comer.<br />

El dolor de cabeza persistía. Se palpó la<br />

frente. No, no tenía fiebre. "Tal vez fueron<br />

las cerezas. Debían estar pasadas". Cerró<br />

los ojos y recordando que había perdido<br />

casi todas las partidas de billar, le<br />

pareció ver otra vez, manejadas por una<br />

fuerza enemiga. las bolas de un lado a<br />

otro, rehuyéndole.<br />

"Tal vez sí fueran las cerezas. Había debido<br />

comer antes". La mujer entró con huevos<br />

fritos y un plato de papas. Puso la comida<br />

sobre la mesa y respirando fatigosamente<br />

regresó al butaca.<br />

Como recordaba los chillidos de la madrugada<br />

y no podía evitar relacionarlos<br />

con la muerte de un cerdo, los huevos le<br />

parecieron des<strong>abr</strong>idos y Il:1\ientras los comía<br />

con cierta repugnancia, pensó que había<br />

incumplido, otra vez, la cita con el Juez.<br />

"Quizá lo vea por la noche. Voy a decirle<br />

que no me sentía bien".<br />

Retiró los platos. Sentía el malestar de<br />

la náusea. Miró a la mujer que continuaba<br />

pelando cuidadosamente las papas: el hollejo<br />

se encaracolaba sobre el cuchillo para<br />

descender en espiral y caer, finalmente, al<br />

suelo. No tenía deseos de conversar, pero<br />

estaba seguro de que si alargaba el silencio,<br />

vomitaría. Preguntó qué horas eran y<br />

no le importó mucho que. la respuesta se<br />

ocultara tras el cacareo de una gallina.<br />

Las moscc(s comenzaban a posarse sobre<br />

los restos de la comida, cub~iéndolos cosi<br />

completo.<br />

levantó:<br />

esto en mi cuenta.<br />

mujer asintió y dijo algo que él no<br />

había llegado a la puerta<br />

:lS¡:¡,il"{J[Dri a bocanadas el aire empapado<br />

de lluvia, intentando vencer la enfermedad<br />

que había llegado a los huesos.<br />

No había tampoco nadie en el café. Tuvo<br />

que golpear repetidamente sobre el mostrador<br />

para que. asomando por entre la<br />

cortina de cretona que separaba el negocio<br />

de la trastienda apareciera el rostro <strong>del</strong><br />

encargado.<br />

Pidió un mejoraL agua y café. Mientras<br />

lo atendían se entretuvo mirando la lona<br />

que cubría la mesa de billar. La humedad,<br />

y I03<br />

el polvo, las huellas de los vaso::>,<br />

remiendos, habían dibujado sobre ella rostros<br />

fantásticos. Entrecerrando los ojos creyó<br />

ver un circo: el domador estaba en el<br />

centro agitando su látigo sobre un animal<br />

indefinible. Podía ser un león. .. o un cerdo.<br />

Sacudió la cabeza para desterrar el<br />

pensamiento desagradable y el dolor que<br />

repiqueteaba con renovada violencia sobre<br />

su frente. La voz <strong>del</strong> encargado sonó lejana.<br />

-Anoche si estaba de malas, Don Pedro...<br />

No dio una. ¿Ah? Pero eso sÍ, se la<br />

puso buena.<br />

Hubiera querido decirle que no; que<br />

aguantaba mucho más, pero el dolor no lo<br />

dejó. Se limitó a sonreir con desgano.<br />

-Eso sÍ, afortunadamente se fue temprano.<br />

Después las cosas se pusieron como<br />

feas.<br />

Asintió como si realmente supiera a qué<br />

se refería el hombre. No deseaba continuar<br />

la charla.<br />

"Tal vez -se dijo- hubiera sido mejor<br />

quedarme en la cama."<br />

Sólo veía, en la plaza, frente a la Alcaldía,<br />

la silueta de dos guardias. Estaban<br />

recostados contra la pared, a los lados de<br />

la puerta. Tenían el fusil a dos manos y<br />

no parecía importarles demasiado la llovizna<br />

que caía, verticaL sobre sus cuerpos<br />

y las armas.<br />

Tragó con dificultGd las pastillas; el café<br />

estaba amargo; sólo tomó un sorbo que pareció<br />

acentUGr el malestar. Cerró l¿s ojos<br />

y permaneció un rato sumido en el sopor.<br />

Como mirados por una espesa pül'ed, los<br />

ruidos de las voces y <strong>del</strong> trasegar de botellas<br />

lo envolvían suavemente. Comenzó<br />

a sentirse mejor.<br />

-¿No ha venido el juez?

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