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abr.-jun. 1968 - Publicaciones Periódicas del Uruguay

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Por lo pronto, esta narrativa se sigue inscribiendo<br />

en el acre y riguroso realismo de larga tradición<br />

española. Pocos practican la ficción pura (María<br />

castello fue la primera en 1932, seguida por alguna<br />

obra ocasional de Jorge Zalamea, Alfonso<br />

Bonilla y el nadaista Gonzalo Arango), ya que casi<br />

todos prefieren los problemas inmediatos, el lenguaje<br />

directo. Es interesante señalar en este sentido<br />

cómo un auto:- como Tomás Carrasquilla -representante<br />

<strong>del</strong> apogeo <strong>del</strong> costumbrismo en Colombia-<br />

goza hoy en día de un particular arraigo<br />

entre los jóvenes escritores que saben ver en su<br />

obra, más allá <strong>del</strong> localismo superado, un acercamiento<br />

sensible a todas las cosas eminentemente<br />

populares. Si bien sus seguidores no hicieron sino<br />

estereotipar el rico inventario de tipos y costumbres<br />

elaborado por Carrasquilla, es evidente que en su<br />

obra es reconocible parte <strong>del</strong> mejor realismo colombiano,<br />

aquel que supo insertarse en la problemática<br />

americana y participar de muchas de las<br />

grandes cuestiones universales <strong>del</strong> hombre.<br />

MACaNDO y LOS PUEBLOS SIMBOLOS<br />

Pero recorrer la nove,listica colombiana de los<br />

últimos años es descubrir, además, cómo los temas<br />

permanentes de su realismo, básicamente rural,<br />

incursionando apenas en la problemática urbana<br />

(Mejía Vallejo es uno de los pocos que ha<br />

novelado el suburbio bogotano) se han ido trascendiendo<br />

poco a poco en obras capaces de crear<br />

mitos y atmósferas enrarecidas, donde las tradiciones<br />

populares han cobrado una nueva e insospechada<br />

dimensión. La expresión más cabal se ha<br />

dado en la creación de esos pueblos agobiados por<br />

supersticiones y convenciones, poblados por personajes<br />

simbólicos y de copiosa encarnadura vital<br />

de los cuales el Macando de G<strong>abr</strong>iel García Marquez<br />

es el más original y logrado, pero de los cuales<br />

también ya hay una rica tradición literaria en la<br />

obra de Eduardo Santa (ahí el pueblo se llama<br />

"El Girasol"), de Antonio Montaña (especialmente<br />

en "El aire turbio" aquí incluido), de Manuel Mejía<br />

Vallejo y en los villorrios fantasmales de Eduardo<br />

Zalamea en "Cuatro años a bordo de mí mismo",<br />

donde es reconocible la provincia más desolada<br />

de Colombia: la Guajira. Quien ha estructurado<br />

más fuertemente los mitos de la tradición de brujerías<br />

y apaños de comadres es Manuel Zapata Olivella,<br />

un escritor que ha sabido despojarse <strong>del</strong><br />

aparato lógico racional <strong>del</strong> escritor occidental para<br />

penetrar en la íntima urdimbre de la vida popular,<br />

al modo de otros escritores latinoamericanos<br />

como Miguel Angel Asturias, Guimaraens Rosa<br />

y Juan Rulfo. Los límites de la novela tradicional<br />

decimonónica han sido así trascendidos y<br />

la realidad ha cobrado una insospechada dimensión<br />

que va mucho más allá de lo perceptible directamente<br />

por los sentidos. Las cualidades de<br />

esa hondura mítica han calado más profundamente<br />

que el clásico pleito entre liberales y conservadores,<br />

al que dividió a escritores en clericales y anticlericales,<br />

o entre quienes se limitaban a la de-<br />

nuncia de los numerosos males sociales que aquejan<br />

a Colombia. Las posibilidades narrativas se<br />

han enriquecido así de un modo que todo escritor<br />

joven reconoce y acepta en forma entusiasta, experimental<br />

y decidida.<br />

Sin embargo, ciertas tradiciones de la narrativa<br />

colombiana no se han abandonado. La violencia<br />

-esa violencia ya clásica en Colombia- sigue<br />

circulando soterrada o directamente en todas las<br />

obras. Una peculiar tensión, no siempre desatada<br />

en la expresión directa de la violencia, recorre<br />

esos mismos pueblos de aire reprimido. Lo Que<br />

se ha dejado de lado, indudablemente, es el abuso<br />

de ciertos recursos. más documentales que literarios,<br />

con que una narrativa crudamente violenta<br />

había identificado el realismo "verista". Obras como<br />

"Fusiles y luceros" de Carlos Castro Saavedra (esa<br />

novela paradigma <strong>del</strong> comunero guerrillero José<br />

Antonio Galán), "Viento seco" de Daniel Caicedo y<br />

"La luna y mi fusil" de Rafael Humberto Gaviria,<br />

han cedido a testimonios no menos violentos, pero<br />

más elaborados literariamente como "El día <strong>del</strong><br />

odio" de José Antonio Lizaraso o el famoso "El<br />

Cristo de espaldas" de Eduardo Caballero Calderón,<br />

un verdadero anticipo <strong>del</strong> posible progresismo<br />

de los sacerdotes enfrentados a una sociedad cerrada<br />

y conservadora.<br />

Po:- otra parte, una característica típicamente<br />

hispánica -el humor negro- atenúa las notas más<br />

violentamente solemnes, con la sombría ironía o<br />

la burla jocunda de una especial picaresca en la<br />

cual muchos narradores colombianos son hábiles<br />

maestros. A diferencia de otros países andinos,<br />

Colombia no ha llevado a sus últimas notas el<br />

realismo tremendista y con un humor, generalmente<br />

mac<strong>abr</strong>o, salva ahora <strong>del</strong> maniqueismo a<br />

sus obras contemporáneas. Zapata Olivella lo maneja<br />

ajustadamente en "Cuento de muerte y libertad"<br />

y aún "En Chimá nace un santo" y Jaime<br />

Sanin Echeveri lo hace restallante en "Quién dijo<br />

miedo". El mismo Garcia Marquez juega con hábil<br />

sutileza humorística en muchas de sus situaciones<br />

y es capaz de revestirlo incluso de poesía pura -o<br />

de mera fabulación.<br />

INTEGRAR LITERARIAMENTE<br />

AL LENGUAJE HABLADO<br />

La renovación de técnicas literarias, visible en<br />

la mayoría de las obras actuales, incluye básicamente<br />

la preocupación por integrar el lenguaje<br />

hablado a la literatura. En ese sentido Colombia<br />

ofrece un apasionante campo apenas inventariado.<br />

A diferencia nuevamente de los países andinos<br />

como Bolivia, Perú y Ecuador, donde la gravitación<br />

de idiomas y dialectos indígenas ahogaron la libre<br />

expansión <strong>del</strong> idioma castellano, en Colombia se<br />

enriqueció popularmente de un modo que ha solido<br />

desbordar a los académicos. La mayoría de<br />

los auto:-es jóvenes han tratado de integrar literariamente<br />

ese lenguaje hablado, trabajándolo estilística<br />

y formalmente. Las imputaciones de "escribir<br />

mal" con que han sido generalmente califi-<br />

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