abr.-jun. 1968 - Publicaciones Periódicas del Uruguay
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color d3 miedo, un color de luto: en las<br />
calles sólo existía el silencio y el pálpi'.o<br />
<strong>del</strong> miedo; precisamente allí -recuér<strong>del</strong>o<br />
- por donde auies vagaba sin hacerle daño<br />
a r..adie el ánima de algún cristiano<br />
condenado. Y si no se acuerda de Manuel<br />
Mejía, bueno es que pida por su alma; en<br />
el maizal de su finca lo mataron. Y a Jaime<br />
Jaramillo y a Aníbal Pineda y ¿se acuerda<br />
de aquel cojo que tenía la cantina? Pues<br />
a ese también lo hicieron irse para el o~ro<br />
mundo a pesar de que siempre les bailó<br />
al son que tocaban. Y por cosas así se irá<br />
dando cuenta de lo que fue desde U-11 principio<br />
esa locura, si es que locura puede<br />
llamarse al hecho de que unos cristianos<br />
se pusieran a perseguir a otros cristianos;<br />
de que porque un prójimo fue de ésta o<br />
de la otra manera no pudiera ya ni escoger<br />
el día de su mueríe. No c<strong>abr</strong>ían, pues; en<br />
el enyerbado cementerio de este pueblo todas<br />
la3 cruces que hay por ahí desperdigadas<br />
en caminos. sementeras, orillas de<br />
quebr::da: toda esta tierra huele a muerte;<br />
¿no sie:lte usted su olor, la melancólica música<br />
que la anuncia, entre el espacio de<br />
las calles y las madreselvas? De calle a<br />
calle y de potrero en potrero salta sin cesar,<br />
el pájaro negro de la muerte.<br />
De los primeros en irse fueron los Restrepo.<br />
Casi toda la familia de la Margarita<br />
Restrepo que nosC'tros ahora recordamos.<br />
En días cOmo éste fue, bien lo recuerda<br />
cualquiera ya que pareció que hasta. el<br />
mismo Dios se había dado cuenta de lo que<br />
iba a pasar: ¿ha visto usied un cadáver<br />
húmedo de lluvia? Desde que unos cristianos<br />
se pusieron en frente de otros, no<br />
dejó de llover. No dejó de hacer eS'los días<br />
tristes y molestos, no dejó de llorociar el<br />
cielo. Uno hasta se sobresaltó la primera<br />
vez que vio el cuerpo sin vida de un cristiano;<br />
ya después fue una cosa tan corriente<br />
que es como si un grueso callo le hubiera<br />
ido naciendo en las pupilas a 'ioda la gente<br />
de este pueblo. Pero había que verlos a<br />
los cadáveres, húmedos, como llorosos, el<br />
pelo apelmazado, las gruesas gotas de lluvia<br />
resbalando sobre las frentes partidas,<br />
aún, un hilo de sangre como prueba última<br />
de una vida terminada. Así se fueron el<br />
papá, Neftalí, Leonel. Ricardo; los hijos, y<br />
Gustavito, el menor: uno recordará si·empre<br />
aquellos ojos sobresaltados e indagantes.<br />
el cu.erpecito húmedo y rojizo, mecido<br />
por el agua turbia de la quebrada, ahí entre<br />
borbotones de espuma, desperdicios de<br />
cosas, esos ojos respetados milagrosamente<br />
por la hoja <strong>del</strong> machete. Quien había empezado<br />
a andar el camino <strong>del</strong> odio ¿a dónde<br />
más podía llegar? Y más lejos llegaron<br />
y más desconocidos recovecos le inventaron<br />
a ese odio en que vivimos, Doctor. A<br />
ella hasta entonces nada le pasó. Al papá<br />
y a los hermanos hubo que enterrarlos como<br />
quien dice al escondido. A esa otra<br />
gen'¡e cuando le daba la gana, cuando se<br />
sentía aburrida -que eso era lo que debía<br />
pasarles- ahí se iban al cementerio a dispararle<br />
a quien podían; hubo cristianos que<br />
tuvieron que morir dos veces. Ella sola. con<br />
los peoncitos que quedaron tuvo que llevar<br />
las cajas hasta quién sabe dónde ya que<br />
ni cruces pusieron para que al menos aho"<br />
ra que estaban en la otra vida tuvieran un<br />
poco de tranquilidad los pobres muertos.<br />
Pero como le digo ella fue creciendo sin<br />
qu~ le pasara nada; algo debió de inspirarle<br />
a esa gente el gesto firme de la Margarita<br />
Restrepo que nosotros ahora recordamos;<br />
por en medio de ellos pasó su figura<br />
y nadie se atrevió a tocarla. Yeso que el<br />
odio había mostrado ya su sinfín de cc:rras<br />
yeso que ya cuando en la lejanía volaban<br />
los zamuros se sabía que era a causa no<br />
de una carroña sino a causa <strong>del</strong> descuartizado<br />
cuerpo de algún cristiano que hasta<br />
el derecho de sepultura le habían negado.<br />
Fue un tiempo como de vértigo, Doctor: bien<br />
claro se podía ver lo que se estaba empollando,<br />
pero no, si ni llanto había en esas<br />
caras temerosas, ni queja alguna en todo<br />
ese río de gente desplazada que comenzó<br />
a vivir en las aceras, debajo de los escasOS<br />
aleros de este pueblo. Uno veía otra cosa<br />
en ellos: como una tristeza resignada, como<br />
un dolor sórdido, como una ira común y<br />
solidaria. Ya sabe usted cómo es la gente<br />
de estos linderos y bien sabe usted que<br />
el hombre es bueno pero no hay que abusar<br />
nunca de su aguante y lo que no se<br />
explica uno es cómo esa gente resistió durante<br />
tanto tiempo, tan en silencio. tan como<br />
resignadamente. Como a bestias los '¡ra-