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abr.-jun. 1968 - Publicaciones Periódicas del Uruguay

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sivo de transformación de la sociedad, y simultáneamente<br />

escribe una novela para demostrar<br />

todo esto. Esta obvia contradicción es ya de por<br />

sí una prueba concluyente de la inconsistencia<br />

de su actitud.<br />

Más arriba he hecho alusión a su propenslOn<br />

a deducir leyes generales de casos particulares.<br />

Esto se traduce, normalmente, en la esfera narrativa,<br />

en una predisposición a subordinar el<br />

impulso creador a una esterilizadora vocación<br />

pedagógica. Constantemente Marsé está anteponiendo<br />

a los hechos descritos su propia interpretación<br />

de los hechos, vale decir, una concepción<br />

unilateral <strong>del</strong> hombre y la sociedad, de<br />

la realidad en su con<strong>jun</strong>to. Esta vena expositiva<br />

se revela, por lo demás, como una impostación,<br />

algo incrustado en el relato. Hay sin embargo<br />

otra "concepción", ésta implícita en la vena<br />

descriptiva, que frecuentemente contradice a<br />

aquella. Mientras la primera connota una perspectiva<br />

alienadora, la segunda supone la tentativa<br />

de desmitificación de un mundo al cual simultáneamente<br />

Marsé acepta y rechaza. Pero<br />

este sistema de admisiones y repulsiones, que<br />

se manifiesta como mecanismo maniqueo en la<br />

superficie, está violentamente contradecido, impugnado,<br />

pulverizado por un insobornable instinto<br />

dialéctico que, subrepticiamente, configura<br />

la estructura de no pocos pasajes. Paradójicam,nte,<br />

la novela fracasa en la medida en que<br />

el autor consigue imponerle sus pautas personales,<br />

y el autor se realiza en la medida en que<br />

la estructura dialéctica de la realidad derrota<br />

sus totalitarios determinismos. La novela, pues,<br />

se erige finalmente en campo de batalla en el<br />

cual la conciencia <strong>del</strong> autor resulta la más peligrosa<br />

acechanza para todas sus posibilidades<br />

de realización.<br />

Hay pasaj:s, sin embargo, en que el vigor de<br />

una cierta energía descriptiva-interpretativa rompe<br />

e incluso trasciende los límites sintácticos<br />

habituales. Así ocurre, po. ejemplo, con buena<br />

parte <strong>del</strong> capítulo segundo, en la tercera parte<br />

de la obra, donde el dinamismo de la construcción,<br />

<strong>del</strong>ata por momentos la transposición a<br />

nivel conceptual de un dinamismo en su origen<br />

puramente verbal. De rep,nte la magia de las<br />

pal<strong>abr</strong>as, originalmente recreadas, rescatadas de<br />

la impotencia semántica a que las condena su<br />

servil condición de mero instrumento, recuperan<br />

su perdida fuerza denominadora, se colorean<br />

de impulso épico, se convierten nuevamen-<br />

te en soporte, en fundamento primario de estos<br />

nuevos mitos. Como una secreta invasión esta<br />

oscura fuerza evocadora <strong>del</strong> lenguaje va filtrándose<br />

por entre los insterticios de la acción, la<br />

trama, los personajes, y corroyendo la programática<br />

<strong>del</strong>iberación de Marsé. Y de pronto la conciencia<br />

<strong>del</strong> novelista, convertida ya en ciego<br />

instrumento de la avasalladora fuerza de su propio<br />

talento, ve su novela consumarse en la anarquía<br />

simultáneamente como fracaso y triunfo.<br />

El instinto creador, la compulsividad de un medio<br />

que en todo momento condiciona las percepciones<br />

de un espíritu insólitamente receptivo,<br />

todo esto derrota los propósitos iniciales de<br />

Marsé, y en la medida en que esta derrota se<br />

consuma, la novela se realiza como obra de arte.<br />

De este modo el naufragio de la conciencia racional<br />

se convierte en condición primera de este<br />

arte, y la subordinación <strong>del</strong> impulso creador a<br />

esta misma conciencia en factor determinativo<br />

de estrepitosos fracasos. También a esta irrupción<br />

de la vida, la sociedad y el subconsciente<br />

creador en una novela pulverizada hasta entonces<br />

por los estragos de un racionalismo vulgar,<br />

podría conceptuárselo como otro de los grandes<br />

triunfos <strong>del</strong> realismo en el sentido en que Engels<br />

escribió esto de Balzac.<br />

La presencia de la conciencia de Juan Marsé<br />

puede ser fácilmente rastreada a través de la<br />

evolución a que el autor somete el carácter de<br />

Teresa. Su resentimiento, el rencor contra un<br />

estudiantado universitario de cuyos círculos se<br />

siente injustamente segregado, lo lleva a representarlo<br />

arquetípicamente en una Teresa falsificada,<br />

agitadora de pura snob, agobiada por el<br />

peso de una virginidad vergonzante, quien, al<br />

ser humillada por un mitológico lumpen aventurero,<br />

deviene víctima propiciatoria de una<br />

frustación ajena.(lO) Está también la secreta,<br />

inconfesada fascinación que sobre Marsé ejerce<br />

el fasto y refinamiento de la aristocracia. Vale<br />

la pena recordar un símil, escogido entre muchos<br />

otros y un poco al azar: "Consultó su reloj:<br />

iban a dar las cuatro. Tras ellos, la historiada<br />

silueta de la torre empezaba a perfilarse<br />

sobre la claridad rojiza <strong>del</strong> cielo, donde las estrellas<br />

se fundían apaciblemente como trozos de<br />

hielo en un vaso de campari olvidado en la hierba"<br />

(págs. 18-19). ¿De dónde provienen éstas<br />

que un Marcel Proust hubiera llamado sutilezas<br />

de "mandarín <strong>del</strong>icuescente"¿ Quizá aquí<br />

podría observarse cómo el prestigio de una vida<br />

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