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Cuando los rivales se preocupaban y ponían un<br />

marcador bueno, apoyado por algún central fuerte<br />

para ayudar a marcarlo (entiéndase por central fuerte<br />

algún grandote con cara de asesino y con ganas de<br />

matar al loco a patadas), podíamos disfrutar al loco<br />

en toda su magnitud. Le encantaba que trataran de<br />

pegarle patadas porque nunca lo alcanzaban. Varias<br />

veces pasaba por entre sus dos marcadores con la<br />

pelota dominada, o más bien dominada a su estilo,<br />

porque él no la llevaba pegadita al pie como los<br />

talentosos: él la llevaba de acuerdo a las circunstancias.<br />

Más larga. Más corta. Con zurda. Con derecha.<br />

Más rápido. Frenando. Devolviéndose. Pero siempre<br />

tratando de entrar, siempre encarando, y cuando le<br />

pegaban, porque en ese tiempo sí que se pegaban<br />

patadas (no como ahora que con el fair play y el cuarto<br />

árbitro no se puede ni siquiera trancar como en<br />

esos tiempos) nunca lo vimos reclamar. Se paraba,<br />

se sacudía la camiseta para sacarse la tierra y miraba<br />

a su agresor. Su mejor venganza venía en la jugada<br />

siguiente y consistía en dejar en ridículo al marcador.<br />

Casi siempre la hacía frente a la barra nuestra.<br />

El loco llevaba la pelota por la orilla, encaraba y con<br />

la facilidad de siempre se lo pasaba. Miraba hacia<br />

atrás y le hacía el gesto como diciéndole “Sígueme”;<br />

y cuando el marcador se acercaba el loco volvía a<br />

acelerar y lo dejaba botado, mientras las burlas no<br />

se hacían esperar.<br />

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